Microbios de hace 3.5 millones de años, cuando no había oxígeno, tenían metabolismo a base de azufre
La forma de vida más antigua de la que se tiene noticia vivió hace 3,500 millones de años en el oeste de lo que hoy es Australia, cuando en el planeta aún no había oxígeno: bacterias que se desarrollaron en un ambiente muy distinto al que conocemos y se alimentaban, para sobrevivir, de compuestos derivados del azufre.
Investigadores de las universidades de Western Australia y Oxford (el autor principal del estudio que se publica en Nature Geoscience es David Wacey) descubrieron en rocas sedimentarias de la región de Pibara fósiles microscópicos de células y bacterias entre granos de arena ricos en cuarzo. También hallaron diminutos cristales de pirita, un compuesto de hierro y azufre que es un producto de la metabolización del azufre.
En Pibara se encuentran algunas de las formaciones rocosas más antiguas del planeta. Es uno de los escasos testimonios de una Tierra muy joven y violenta, sin oxígeno, dominada por grandes erupciones volcánicas y colisiones con meteoritos. Los mares tenían la temperatura de un baño de agua caliente.
Algunos de los microfósiles tienen forma de vainas tubulares, otros son esféricos y elipsoidales, y es muy probable que se comportaran como los microbios actuales. Hoy día existen numerosas bacterias que se alimentan de azufre, extremófilos que en su mayoría habitan las profundidades oceánicas, residentes de las chimeneas termales que calientan el agua con el calor que se escapa del interior de nuestro planeta. Quizá esta misma clase de primitivas criaturas prosperaran también en planetas parecidos al nuestro, como Marte. El hallazgo servirá para programar futuros experimentos en el planeta rojo y determinar si, como se cree, tuvo comienzos similares a los de la Tierra.
En 2002 científicos que trabajaron en la misma región, a unos 20 km de distancia, informaron haber encontrado bacterias fósiles similares, pero los expertos no se convencieron de que se tratara efectivamente de restos orgánicos y no de formas caprichosas propias de los procesos de mineralización de las rocas. Ahora, por primera vez, los investigadores han aportado pruebas irrefutables que demuestran el origen biológico de sus hallazgos. (Imagen: Ron Miller)

