La comida rápida ha demostrado ser un sistema casi a prueba de errores. Funciona en todas partes y apenas encuentra oposición. No importa si se está en Estados Unidos o algún otro país, es verdad, la gente la adora. A decir del historiador Andrew Smith se trata de uno de los mayores ejemplos de éxito global corporativo. Por Sarai Rangel
¿Cómo lo lograron?
Bueno, aquí nada se deja al azar. Cada elemento en la cadena de producción está sesudamente anticipado en los manuales de operación que se reparten a todos los empleados. Lo mismo respecto a su publicidad y mercadotecnia.
Los letreros luminosos, sus personajes icónicos y edificios perfectamente identificables y uniformes, sin importar el país en el que se esté, han sido un elemento crucial para lograr su exitosa invasión mundial. Aunque sigue siendo una de las más consumidas en todo el mundo, desde hace algún tiempo el fast food carga con la etiqueta de “no saludable”.
Hay varias razones que justifican en parte esta postura: desde la pobre calidad de los alimentos con poco o nulo valor nutricional que ofrecen, pasando por sus pésimas prácticas laborales y monopólicas que afectan a los establecimientos de comida local; hasta el papel que han desempeñado en la industria ganadera y agrícola para abastecerse de ingentes cantidades de suministros de maneras poco éticas y que afectan al ambiente.
Pero donde más impacto ha tenido es en la epidemia de obesidad y enfermedades no transmisibles como la diabetes, la hipertensión y los problemas cardiovasculares que asolan a la sociedad actual.
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Truco o trato
Si intentamos descubrir qué hay detrás de nuestra afición a las hamburguesas, pizzas, pollo frito y otros productos que oferta la comida rápida y procesada, tendríamos que admitir que más allá de su precio, nos gusta su sabor. Puede que la textura no sea la más apetitosa o natural, pero en definitiva es sabrosa.
¿Por qué? Bueno, es una trampa, pues básicamente contiene carbohidratos, azúcares y sales en abundancia, tres elementos que nos encantan y los cuales hacen a estas comidas sumamente atractivas.
Hay una razón biológica detrás de esto: nuestro metabolismo los requiere para funcionar, pero hasta ahora su obtención era difícil, por ello, para los primeros seres humanos era esencial consumir y almacenar la mayor cantidad de calorías cada que éstas se encontraran disponibles. Y como básicamente nuestro cerebro está predispuesto a encontrarlas y comerlas, tienen cierto carácter adictivo.
De acuerdo con algunos estudios al comer unas papas fritas o unos nuggets, el cerebro libera sustancias que inducen al placer –como la dopamina–, produciendo un efecto muy similar al de ciertas drogas, lo que nos lleva a ingerirlas de forma compulsiva.
Pero ahora, el demandante estilo de vida moderno hace que más personas opten por alimentarse de fast food varias veces por semana.
Eso, aunado al sedentarismo –el trabajo convencional de hoy día requiere estar sentado frente a una pantalla de computadora o trasladarse de un lado a otro en auto–, son dos de los posibles desencadenantes de la actual epidemia de obesidad.
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Sobreabundancia
Según un estudio publicado en 2013, por la Organización Mundial de la Salud, la expansión de la dieta estadounidense y la proliferación de las grandes cadenas de fast food en el mundo podría estar relacionado con los 107.7 millones de niños y 603.7 millones de adultos que presentan sobrepeso u obesidad a nivel global; casi un tercio de la población.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), la cantidad de calorías necesarias que en promedio requiere un adulto –estos valores cambian dependiendo de la edad, sexo y nivel de actividad de la persona– ronda entre dos mil y tres mil kcal por día.
Sin embargo, basta hacer una sola comida en un establecimiento fast food para recabar más de la mitad de las unidades que se requieren durante todo el día.
- En Canadá, por ejemplo, entre 1971 y 2008 aumentaron en 559 las calorías diarias consumidas por persona.
- En tanto, en Estados Unidos el incremento fue de 768 kcal, cifra que sobrepasa con creces la cantidad recomendada.
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Modernidad nociva
Pero este fenómeno no es exclusivo del Primer Mundo. Estudios epidemiológicos realizados en lugares como India, China y varios países de América Latina también han visto cómo la llegada de la dieta estadounidense y las grandes cadenas fast food que, como efecto de la globalización a últimas décadas han incursionado en estos mercados de forma masiva, converge con el repunte en los índices de obesidad en sus habitantes.
El caso de estas naciones es contradictorio, dado que parte de su población presenta problemas de desnutrición.
No obstante, China e India obtuvieron en 2017 los números más altos de niños con obesidad: 15.3 millones y 14.4 millones respectivamente, de acuerdo con el Estudio de la Carga Mundial de Morbilidad (GBD, por sus siglas en inglés).
Una vez más, gran parte de este sobrepeso posiblemente obedece a dietas altamente energéticas, comidas pobres en nutrientes y un estilo de vida básicamente sedentario.
Otra cuestión relacionada con este tipo de alimentos, es que en estas sociedades la llegada de las grandes cadenas de comida rápida y su consumo es visto como un signo de crecimiento económico y modernidad, principalmente entre los jóvenes, una percepción motivada en gran parte por el interés hacia los productos extranjeros y, en especial, la cultura estadounidense.
El artículo completo, dividido en tres partes, se encuentra en la edición no.8 | 2018

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