Incluso para los multimillonarios obsesionados con el espacio, hay algo que todo su dinero no puede comprar: el título y las alas de astronauta.
Desde la gesta histórica de Yuri Gagarin en 1961, la categoría de astronauta se reserva para un grupo muy selecto de personas que cumplen con las condiciones que cada época marca para ir al espacio:
Durante la carrera espacial del siglo XX en el contexto de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética apostaron por un perfil de astronauta acorde al enfrentamiento ideológico y político entre ambas naciones:
Los elegidos para ir al espacio debían ser personas –preferentemente hombres– con cientos de horas de experiencia en vuelo, una formación militar, estómago de acero y un espíritu temerario ante la incipiente tecnología para ir más allá de la atmósfera terrestre.

Con el fin de la Guerra Fría, el estereotipo de astronauta se modernizó con la intención de hacer el espacio más accesible para todos. El nuevo canon de astronauta derribó algunas barreras obtusas como el género y la formación militar y en su lugar, reservó los viajes espaciales para una élite científica: hombres y mujeres sanos, educados en las mujeres universidades del mundo, con doctorados en ingeniería o ciencias afines a la investigación en biología, medicina y otras áreas del conocimiento similares.
Desde entonces, el fin del astronauta es hacer ciencia: desde labores de mantenimiento de rutina en la Estación Espacial Internacional, hasta toda clase de experimentos al interior, especialmente los relacionados a la microgravedad y el comportamiento de la vida y el cuerpo humano en un entorno hostil como el espacio.
No obstante, con el presupuesto cada vez más reducido de las agencias espaciales de financiamiento estatal y un interés cada vez menor en los viajes tripulados, el auge de las empresas privadas aeroespaciales encabezadas por multimillonarios era cuestión de tiempo.
Jeff Bezos y su intento fallido de ser astronauta

El primer millonario en alcanzar el espacio con sus propios medios fue Jeff Bezos. El 20 de julio de 2021, el hombre más rico del mundo y una tripulación de tres integrantes alcanzaron el espacio a bordo del New Shepard (un cohete de lanzamiento reutilizable completamente autónomo con una cápsula para 6 astronautas), creado por Blue Origin para el turismo espacial.
Tras su aterrizaje, Bezos y la tripulación acudieron a una ceremonia organizada por su empresa para condecorarlos como astronautas e incluir su nombre en la lista de menos de 600 personas que desde hace 60 años han ido al espacio.
Todos recibieron sus alas de astronauta de manos de Jeff Ashby (exNASA y actual trabajador de Blue Origin); sin embargo, el mismo día de la proeza del New Shepard, la Administración Federal de Aviación de los Estados Unidos (FAA, por sus siglas en inglés) aclaró que no basta con sobrepasar la línea de Kármán, el límite que marca el final de la atmósfera y el inicio del espacio exterior, para ser considerado un astronauta.

La FAA explicó que además de sobrepasar los 100 kilómetros de altura sobre el nivel del mar, para que una persona sea acreditada oficialmente como astronauta requiere cumplir con “actividades durante el vuelo que fueron esenciales para la seguridad pública o contribuyeron a la seguridad de los vuelos espaciales tripulados”.
El New Shepard está completamente automatizado y por lo tanto, en el viaje del 20 de julio no fue requerido un piloto, no se realizó alguna actividad en favor de la ciencia, ni se contribuyó de ninguna forma a la seguridad del vuelo espacial.
El papel de Jeff Bezos y el resto de la tripulación se limitó a sentarse, abrochar sus cinturones y disfrutar de la vista durante los 11 minutos del viaje espacial. De ahí que a pesar de las monstruosas compañías aeroespaciales que inaugurarán la era del comercio espacial y se disputarán ingresos multimillonarios, los hombres más ricos del mundo aún no puedan comprar el honor de ser llamados astronautas.
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