Richard Wagner es reconocido como uno de los artistas más influyentes de la historia; revolucionó el mundo de la ópera y de la música. Aunque tuvo una carrera de éxitos, también se vio envuelto en problemas de dinero, escándalos matrimoniales e incluso vivió algunos años exiliado de su patria, Alemania. Por Francisco Herrera Coca
Wagner experimentó tal vez el momento más glorioso de su carrera cuando pudo ver completada su máxima obra: la tetralogía El anillo del Nibelungo, estrenada en 1876, casi tres décadas después de haber iniciado esta magistral composición.
También lee: GUANTES INTELIGENTES PERMITEN HACER MÚSICA CON GESTOS
Primeros años
Tras la muerte de su padre, Carl Friedrich Wagner, un empleado del Departamento de Policía que murió cuando Richard era un bebé, su madre se casó con Ludwig Geyer, un pintor y poeta que influyó de manera significativa en el acercamiento del pequeño al mundo del arte. Desde temprana edad mostró talento para la música; a los siete años aprendió a tocar el piano; a los 15 escribió su primera obra, y al año siguiente sus primeras composiciones musicales. Cuando era un adolescente, se enamoró de la ópera tras asistir a la representación de Fidelio, de Ludwig van Beethoven.
A los 20 años recibió una invitación para dirigir el teatro de Magdeburgo, donde se presentó su ópera La prohibición de amar (Das Liebesverbot). En este periodo conoció a la actriz Christine Wilhelmine ‘Minna’ Planer, con quien poco después contrajo matrimonio y dio inicio a una relación tormentosa que duró casi veinte años. También en ese periodo el joven músico se acercó a la literatura y empezó a simpatizar con la ideología de izquierda.
No resultó
La ópera fue un fracaso y llevó a la compañía que la montó a la bancarrota. La pareja emigró y Wagner trabajó los siguientes años como director musical de los teatros de Königsberg y Riga. Aunque no le faltaba trabajo y podía dedicarse a una de sus grandes pasiones, la dirección de orquesta, sus deudas crecían sin parar, lo que obligó a la pareja a dejar su país.
Tras un duro trayecto en el mar, el matrimonio llegó a París. Durante el viaje su barco se encontró con una tormenta tan fuerte que provocó que Minna perdiera al hijo que esperaban. Años después Wagner plasmó la furia de las tormentas en su ópera El holandés errante (Der Fliegende Holländer).
Ya en la capital francesa, el compositor conoció a Franz Liszt, uno de los mejores pianistas de la historia, quien años después se convertiría en su suegro. Las cosas pintaban muy bien a su llegada, sin embargo esos años terminarían por ser los más difíciles para Wagner. Enfrentó el rechazo por parte de los dueños de los teatros y productores de ópera franceses, que eran más conservadores y no estaban interesados en el trabajo del joven alemán.
Wagner de vuelta a casa
Pese al exilio Wagner no perdía contacto con su patria y recibió un encargo del rey de Sajonia: producir la ópera Rienzi, que había sido rechazada en Francia. La pieza se montó en Dresde, y la pareja volvió a suelo alemán. A diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, Wagner no se limitaba a componer la música, también escribía sus propios libretos, y tenía gran injerencia en los montajes. El estreno de Rienzi, en octubre de 1842, fue el primer éxito del compositor. Pese a las cinco horas de duración de la obra, el público la aclamó. Estas presentaciones le permitieron pagar deudas que databan de sus días en Magdeburgo.
El compositor vivió los siguientes años en Dresde, donde compuso Tannhäuser y Lohengrin. En esos días sentía una gran atracción por la estructura de las antiguas tragedias griegas, en especial la saga conocida como La Orestiada, de Esquilo, una historia de muertes, traiciones y reencuentros que lo cautivó desde un principio. Releía los clásicos y decidió crear su propia saga, pero con una temática más cercana a él: la de la antigua mitología germánica.
Cuando todo parecía cuesta arriba, la vida del compositor dio un vuelco inesperado. A su llegada a Dresde había entablado amistad con August Röckel, editor del periódico radical Volksblätter, y otros anarquistas, con los que participaría en una fallida revuelta civil que buscaba derrocar a la monarquía. Con la ayuda de Liszt, Wagner escapó al arresto, pero tuvo que huir del país y exiliarse en Suiza, por lo que no estuvo presente en 1850 en el estreno de Lohengrin.
La ópera fue un éxito y le otorgó el reconocimiento continental que hasta ese momento se le había negado. Uno de los asistentes a la función fue el adolescente príncipe Ludwig de Baviera, quien quedó cautivado por la pieza y cuando se convirtió en rey al cumplir la mayoría de edad, en 1858, mandó llamar a Wagner para integrarlo a su corte y terminar con el exilio.

Nuevo principio
El soberano no escatimó en recursos para su nuevo protegido, y Wagner no dudó en aceptar el presupuesto ilimitado para, por fin, poder montar una obra como siempre había soñado. Tristán e Isolda fue la primera colaboración de este dúo. Influenciado por los escritos del filósofo Arthur Schopenhauer, Wagner había empezado su composición en el otoño de 1854 y tardó cinco años en completarla. Wagner sostenía en aquel tiempo un romance con la esposa de un mercader suizo, llamada Mathilde Wesendonck. El matrimonio lo había ayudado durante su última crisis económica, en el tiempo que vivió en Suiza.
Las constantes infidelidades del compositor habían llevado al fin de su matrimonio con Minna, quien murió un año antes del estreno de Tristán e Isolda, obra que sería dirigida por Hans von Bülow, alumno y yerno de Franz Liszt. Wagner se sintió de inmediato atraído por la esposa del director, Cosima, quien era 24 años menor que él. Wagner y Cosima iniciaron un romance y tuvieron dos hijos mientras ella seguía casada con Von Bülow, aparentemente con el consentimiento de éste. Su primera hija nació en 1865 y se llamó Isolda, en honor a la obra que se estrenaría a finales de ese mismo año. Cinco años después Cosima se divorciaría de Von Bülow para casarse con Wagner, con quien tuvo otros dos hijos.
El escenario perfecto
Las composiciones crecían en complejidad y ningún escenario se adaptaba a las exigencias de Wagner, por lo que emprendió un nuevo y monumental proyecto: la construcción de un teatro exclusivo para montar sus nuevas piezas. El sitio elegido fue Bayreuth, en el este de Alemania, y la construcción sentó las bases para el surgimiento de algunas características en la representación de óperas que aún siguen vigentes, como el pozo para albergar la orquesta, la cual ya no estaría a la vista del público y permitiría a éste una total inmersión en el drama que se representa sobre el escenario.
El inmueble, que únicamente cuenta con 1,925 butacas, pequeño incluso para los estándares de la época, sigue en pie y a la fecha mantiene su piso sin alfombrar para no arruinar su acústica perfecta.
El teatro, nombrado Festspielhaus, fue el escenario para el estreno de El anillo del nibelungo, el 13 de agosto de 1876. Se requirieron dos años de ensayos para tener lista la saga de cuatro óperas –– compuesta por El oro del Rin (Das Rheingold), La valquiria (Die Walküre), Sigfrido (Siegfried) y El ocaso de los dioses (Götterdämmerung) –– cuya representación total dura más de 15 horas.
Éste fue un éxito de crítica y tuvo invitados de renombre, como Piotr Tchaikovsky, Franz Liszt, Friedrich Nietzsche y el escritor ruso León Tolstói. Sin embargo, el Festival de Bayreuth, como se llamó al evento, fue un desastre financiero por el alto costo de la obra; pero sentó las bases para una tradición que se mantiene hasta nuestros días.
Los últimos días
Tras alcanzar la cima de su carrera, Wagner inició la composición de su última ópera, Parsifal, un trabajo sobre la búsqueda del Santo Grial, en la que incluyó temática religiosa, lo que significó el rompimiento de su amistad con el filósofo Nietzsche, quien lo desaprobó por completo.
Enfermo del corazón, Wagner alcanzó a terminar Parsifal y asistió al estreno en 1882. Esta obra significó el fin de su legado. Murió a comienzos de 1883 en Venecia.

También lee: DELIA DERBYSHIRE: LA PIONERA DE LA MÚSICA ELECTRÓNICA
Revista Muy Interesante México

