El amaranto y la alegría estuvieron a punto de desaparecer durante la Conquista, pues los españoles consideraban que su consumo era una ‘obra del diablo’.
La Conquista no sólo implicó la desaparición de las ciudades y los pueblos originarios que se expandían por toda América: sobre todo, significó la destrucción del conjunto de creencias, idiomas, costumbres y tradiciones que formaban parte de la cosmovisión de las culturas prehispánicas.
La imposición del cristianismo (la empresa que en el papel, justificaba la Conquista) no sólo se forjó a sangre y fuego; también requirió la fractura de vínculos cotidianos con las deidades prehispánicas y uno de las más importantes radicaba en la alimentación de los pueblos indígenas.
Además de la importancia ritual y material del maíz, las culturas mesoamericanas –y en especial los mexicas– consideraban al amaranto y los quelites como un alimento sagrado, cuyas semillas se incluían en tamales y tortillas.

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Las variedades de estas plantas eran conocidas indistintamente como huauhtli y además de su alto aporte nutrimental, eran utilizadas para crear una masa llamada tzoalli, cuya ingesta formaba parte de rituales en los que se consumían figuras de diversas deidades prehispánicas.
Los tzoalli creados con la combinación de semillas de amaranto, maíz y miel, daban forma a representaciones como Hutzilopochtli, Coatlicue o Tezcatlipoca en distintas festividades a lo largo del año:
“Según el relato de Durán, dos días antes de la fiesta de Huitzilopochtli, las muchachas jóvenes del calmecac anexo a la Gran Pirámide se dedicaban a moler una gran cantidad de granos de amaranto, a los que luego mezclaban con maíz tostado. A esta mezcla se agregaba la miel negra de maguey. Los ojos estaban formados por cuentas verdes, azules o blancas, mientras que los dientes eran granos de maíz”, explica Elena Mazzeto, Doctora en Historia en un artículo al respecto publicado en la revista Estudios de Cultura Náhuatl.
El consumo de tzoalli fue condenado por los españoles, quienes consideraron que se trataba de un ritual diabólico que imitaba la comunión de la fe cristiana. Las crónicas de la época explican que los conquistadores le llamaron despectivamente ‘bledo’ a las distintas variedades de amaranto y quelite, inhibiendo su consumo.

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En palabras de Ana María L.Velasco Lozano, Maestra en ciencias antropológicas del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) y autora del artículo ‘Los cuerpos divinos. El amaranto: comida ritual y cotidiana’:
“Con la semilla de huauhtli reventado se elaboraba una masa, el tzoalli, que mezclada con miel “negra” de maguey servía para elaborar imágenes de las divinidades indígenas, las cuales eran despedazadas y e ingeridas por los fieles en una especie de teofagia, ritual que para los misioneros resultó una gran abominación y “obra del diablo, burda copia de la comunión cristiana”, por la que comprensiblemente se escandalizaron”, explica en Arqueología Mexicana.
Y aunque no existe registro de legislación alguna que prohibiera de forma explícita el amaranto, los españoles intentaron impedir su siembra y cosecha, clasificándola como ‘mala hierba’ y desincentivando su consumo hasta el grado en que peligró la continuidad de la especie.
No obstante, los pueblos prehispánicos siguieron cosechando y consumiendo amaranto fuera del Valle de México y así, mantuvieron vivo el cultivo de amaranto y alegría, el principal producto fabricado con sus semillas.
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