Barcas llenas de platillos, frutos y vino seguían la procesión sagrada de la Fiesta del Valle, mientras los deudos llevaban comida y otras ofrendas a sus muertos.
El escenario era la antigua ciudad de Luxor. Una vez al año, las barcas sagradas de Amón-Ra, dios de la realeza egipcia, zarpaban desde el templo de Karnak para llegar ahí. Junto con toda su familia, escogían las últimas semanas del verano para visitar la necrópolis de Tebas y encontrarse con sus otros parientes divinos que ya habían pasado a otro plano de existencia. Con motivo de este peregrinaje divino, los egipcios mortales celebraron por milenios la Fiesta del Valle: el momento en el que el paso efímero por la vida en la Tierra se reunía con el más allá.
A través del Nilo

La Fiesta del Valle, durante el periodo del Reino Medio en el Antiguo Egipto, se refirió a una festividad sagrada en la que los egipcios celebraban a sus muertos. No sólo para recordarles, sino para honrar su paso por el más allá, después de sortear todos los obstáculos requeridos para alcanzar el Juicio de Osiris.
Este festival se volvió tan importante para su cultura y cosmovisión, que eventualmente marcó la pauta de su calendario litúrgico. En sus términos, se festejaba en la Luna Nueva del segundo mes del año. Comparativamente, este mes correspondería al décimo del calendario gregoriano. Se estima que se celebrara, por tanto, entre agosto y octubre.
En este tiempo, los egipcios navegaban el cauce del Río Nilo, siguiendo los pasos de Amón-Ra. La procesión podía durar días, en los que las barcas y juncos de Tebas se revestían de colores vivos. Estarían encabezadas por la embarcación real del dios, representado por una estatua consagrada, a quien vestirían con ropajes ceremoniales. Inmediatamente después irían los barcos de los sacerdotes y escribas. Detrás de ellos, seguirían todos los demás.
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Una procesión sagrada

A diferencia de las festividades mexicanas del Día de Muertos, el Festival del Valle se enfocaba en honrar la vida de los fallecidos sobre las aguas sagradas del Nilo. Como el cauce fundador de la civilización egipcia, se le consideraba una de las arterias más importantes del Universo, de donde provenía toda la vida. Por esto, había música, comida y rituales ceremoniales.
Además de visitar las tumbas de los faraones y dirigentes sagrados, las personas en Tebas aprovechaban el viaje hasta Luxor para ver a sus propios muertos. El centro del festival, sin embargo, era la Trinidad Tebana: Amón-Ra, Muy (su esposa) y Khonsu (su hijo). Algunas interpretaciones posteriores relacionan esta representación con el origen de la Sagrada Familia en el Cristianismo.
Al llegar a la necrópolis, los deudos llevaban comida y otras ofrendas a sus muertos. Como se daba justo después del periodo de cosechas, las barcas llegaban colmadas de frutos, platillos y bebidas especialmente confeccionados para la ocasión. Las tumbas se convertían, en palabras del egiptólogo Lynn Meskell, en ‘casas de la alegría para el corazón‘.
Imágenes de los muertos se cargaban a lo largo de la profesión para que sus almas pudieran reunirse con sus familiares vivos. De esta manera, un vínculo sagrado se establecía entre celebrar a la Trinidad Tebana y conmemorar a quienes ya habían trascendido este plano de existencia.
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