Maravillados ante el sistema de canales que existía en México-Tenochtitlan, los conquistadores europeos la apodaron la ‘Venecia del Nuevo Mundo’.
Antiguamente, México-Tenochtitlan rebosaba en cuerpos de agua. El ecosistema así lo permitía. En lugar de calles pavimentadas con cemento, el centro de la actual Ciudad de México era visitado por garzas, peces y chalupas que transportaban mercancía y gente. En el centro de estas extensiones de lagos había un islote sólido. Fue ahí mismo donde, según la mitología mexica, se posó el águila devorando una serpiente. Al ver esto, los primeros pobladores supieron que ahí habría una gran ciudad —y que ellos tendrían que construirla.
El sistema de lagos era tan amplio y extenso, que las rutas mercantiles y navales de los mexicas se planearon sobre los canales de la ciudad. Por esta razón, cuando Hernán Cortés vio por vez primera México-Tenochtitlan, no pudo más que compararla con Venecia, la ciudad italiana construida sobre el mar. En ese entonces, el conquistador apenas estaba empezando a entender que, ante sus ojos, tenía la ciudad más próspera del continente.
Un sistema lacustre rico y complejo

Los mexicas derivaron el nombre de su capital de dos topónimos. Etimológicamente, México-Tenochtitlan quiere decir “el tunal divino donde está Mexitli” que, a su vez, se traduce del náhuatl como ‘ombligo de Luna‘. En el año 1325, de acuerdo con la historiadora Alexandra Bihar, la ciudad fue fundada en torno al islote al centro del lago de Texcoco:
“Para erigirse en la capital del poderoso imperio que conocieron los conquistadores, sus habitantes tuvieron que aprender a dominar su entorno, logrando así explotarlo de manera económica, política y religiosa”, explica la autora para Arqueología Mexicana.
Durante siglos, los mexicas ocuparon barcas talladas sobre un solo tronco —o ‘monóxilos’— para moverse a través de la capital de su imperio. Las dimensiones y formas de estos vehículos variaban según el uso que se les diera. No sólo eso: según Bihar, quienes habitaron México-Tenochtitlan “desarrollaron complejos sistemas tecnológicos para controlar el medio lacustre“.
Además de darles un conocimiento orográfico único del espacio, dio pie para llevar registros claros “el abastecimiento de bienes y el crecimiento urbano“, explica la historiadora. La complejidad y amplitud del sistema lacustre mexica así lo permitió. Este sistema permaneció funcionando durante siglos —hasta que llegaron los españoles.
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La Ciudad de México alguna vez tuvo lagos

Los primeros trabajos hidráulicos que realizaron los mexicas para fundar México-Tenochtitlan empezaron en el siglo XIV. Según explica Bihar, “acondicionaron el entorno para su propio bienestar y para fortalecer su poder”. Por ello, la Cuenca de México funcionó por siglos con base en un sistema de chinampas y canales, que permitieron el florecimiento de la agricultura, la economía y la política.
Por medio de las chinampas, los mexicas le ganaron espacio al agua. Éstas eran extensiones físicas artificiales de islas que ya estaban ahí originalmente, y que los habitantes usaban para sembrar y vivir. Este esquema se fortaleció en los lagos de Xochimilco y Chalco, los más meridionales de la Cuenca de México. Sin embargo, las chinampas de México-Tenochtitlan no sólo cumplieron una función agraria:
“[…] las chinampas de Tenochtitlan no sólo cumplieron la función de área de cultivo, sino también de zona residencial, lo que implica el control de la humedad de los suelos”, enfatiza la autora.
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Para evitar que se desbordaran los canales, los mexicas tuvieron que desarrollar diques, acueductos y desagües. Fue así como pudieron establecer zonas residenciales y cimentar con solidez las bases de templos construidos enteramente de piedra. De manera indirecta, también, esto contribuyó a que la salinidad del agua disminuyera.
Aunque el sistema de canales y chinampas requería de un mantenimiento constante, evolucionó para formar parte fundamental de la cotidianidad de México-Tenochtitlan. Al pisar la capital del imperio mexica —ya para entonces, atiborrado de tensiones políticas peligrosas— Hernán Cortés no falló en apodarla la ‘Venecia del Nuevo Mundo’.
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