Cerca de la capital imperial de Texcoco, Nezahualcóyotl decidió construir el primer jardín botánico de América para retirarse a meditar.
Historiadores posteriores han descrito a Nezahualcóyotl como un tlatoani introspectivo. Incluso en su nombre estaba impresa la naturaleza declamadora de poesía que caracterizó su administración: del náhuatl, quiere decir “el lobo que ayuna“. Como gobernante de la ciudad-estado de Texcoco, estaba consciente del carácter efímero de su paso por este mundo. En ese espíritu, diseñó el primer jardín botánico de América.
El pequeño Texcoco: el primer jardín botánico de América

A pesar de su gusto particular por la guerra, Nezahualcóyotl fue un hombre que disfrutaba de los placeres sensibles. Es una realidad que fue el mejor aliado de los mexicas en diversas campañas militares. Sin embargo, durante su reinado como tlatoani de Texcoco se desempeñó como erudito, poeta y arquitecto.
Entre sus proyectos más ambiciosos estuvo el diseño y construcción del primer jardín botánico mesoamericano. Quizás, incluso, de todo el continente. Se localizó en la zona palaciega de Texcotzingo, un altépetl antiguo que data del siglo XV, según los registros del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Según la institución, el nombre que Nezahualcóyotl asignó al lugar revela su cercanía emocional e involucramiento con éste. En náhuatl, el sufijo –tzin es un diminutivo, o una manera de expresar afecto hacia un lugar o una persona. Por esta razón, la traducción literal de Texcotzingo es “el pequeño Tetzcoco” o “querido Tetzcoco”, según su ortografía original.
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“Sólo un poco aquí”

Una de las piezas poéticas más célebres de Nezahualcóyotl versa a propósito del carácter pasajero de su experiencia en la Tierra. Según la tradición oral de los chichimecas, su pueblo es descendiente directo de Xólotl, el dios del ocaso y del inframundo. Esta condición rigió el pensamiento del tlatoani a lo largo de su gobierno, y se manifestó en los megaproyectos que desarrolló en su reinado.
Aunque Texcotzingo no fue la única construcción diseñada por Nezahualcóyotl, diversos historiadores y científicos sociales concuerdan en que fue su más querida. Además de ser su morada de verano, le dedicó un esfuerzo especial. Incluso entonces, logró crear un invernadero de especies endémicas.
Ahí, el tlatoani pasó largas temporadas de retiro y meditación. Se estima que fue justamente en estos periodos de silencio político que escribió sus mejores obras, entre las cuales destaca Yo lo pregunto:
Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
En el texto, se destaca la observación del entorno como un pretexto para un cuestionamiento de carácter trascendental. Nezahualcóyotl sabía que la vida en torno suyo era efímera, que se quiebra, que se rompe, que se desgarra. Pareciera que Texcotzingo fuese una oda a ese palpitar incesante y eterno.
Los vestigios arqueológicos indican que no sólo contó con un área extensa dedicada a la conservación y cuidado cercano de especies vegetales, sino que contaba con un acueducto que conectaba al lugar con la capital imperial, Texcoco. En la actualidad, el sitio se conserva como un tesoro arqueológico en el Estado de México, y está abierto al público.
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