La Cleopatra seductora y dueña de una belleza inalcanzable es parte de un mito que dificulta conocer cómo era su rostro en realidad.
Cleopatra es sinónimo de belleza, seducción y habilidad política. En Occidente, la figura de la última gobernante de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto es mejor conocida por el halo de misterio y sensualidad creado a partir de su representación en la cultura popular a través del cine y la televisión, que por su trascendencia histórica.
Sin embargo, la imagen de Cleopatra como una femme fatale no nació con Elizabeth Taylor en 1963, sino miles de años atrás:

Fueron los historiadores latinos quienes le dieron forma al mito de Cleopatra que llegó hasta nuestros días. Desde la perspectiva romana, que una mujer definiera el rumbo de Egipto no podía ser obra de su habilidad política, su genio militar o una extraordinaria capacidad estadista, sino de una astucia y cualidades físicas capaces de seducir a cualquiera.
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El sesgo machista que concebía inimaginable que una mujer fuera capaz de ‘seducir’ a Julio Cesar y Marco Antonio, dos de los hombres más poderosos de Roma sobrevivió a través de la pintura, donde las representaciones barrocas y romanticistas muestran a Cleopatra semidesnuda, con animales salvajes alrededor y un exotismo propio de la óptica occidental hacia Egipto.
Esta figura alimentada más de imaginación y complejos que de certezas se mantiene hasta la actualidad. A casi dos mil años de su muerte, las representaciones de la reina de Egipto mantienen esta tónica, pero ¿cuánto sabemos realmente sobre cómo lucía Cleopatra y su supuesta belleza?
En realidad todo lo que sabemos sobre el rostro de Cleopatra se basa más en la suposición que en las evidencias históricas.
Al margen de las descripciones latinas, las monedas que circulaban durante su reinado y presentan a Cleopatra de perfil son la única evidencia de su rostro que data de aquella época; sin embargo, ni la técnica ni su representación en monedas responden a la precisión de un retrato, sino a la intención de presentarla como una mujer fuerte y capaz de guiar a Egipto.

En estas monedas y bustos posteriores a su muerte, la reina de Egipto aparece plasmada con ojos pequeños, una frente y nariz amplia, un rostro que dista de los ideales estéticos contemporáneos y sus representaciones.
Y aunque no existe más evidencia de la forma de su rostro, a través de sus ancestros es posible hacerse una idea de cómo lucía Cleopatra hace dos mil años. La última descendiente de la dinastía ptolemaica llevaba sangre macedonia y helenística, además de un componente africano que probablemente se debía a su madre, de origen desconocido.
Lo más probable es que sus rasgos eran una mezcla de orígenes macedonios, africanos y griegos. En suma, el rostro de Cleopatra representaba el intenso intercambio cultural del Mediterráneo en la Edad Antigua y por supuesto, no se asemejaba al estereotipo de mujer blanca que aparece en la pintura, el cine y la televisión.
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