Hace 102 años, se vivió la última Navidad en pandemia, cuando la gripe española provocó más de 50 millones de muertes en todo el mundo.
En 1919, Rebecca Tinti vivía en una zona rural de Iowa con su hija pequeña, en la granja de su familia. Con el cierre del año, los inviernos se recrudecen en esta zona de Estados Unidos. En torno suyo, todos sus vecinos habían caído enfermos: todo apuntaba a que viviría una Navidad en pandemia, en medio de los brotes mundiales por la gripe española, que cobró la vida de entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo.
Todos los días se enteraba de gente nueva que tenía que guardar reposo. Un día, conforme se acercaba la noche, encontró a siete personas postradas en cama (entre las cuales había un bebé de meses), al cuidado de una niña de la edad de su hija, alrededor de unos seis años.
“Cuidado con el muérdago”
Justamente un mes antes, el 21 de diciembre de 1918, el Ohio State Journal publicó en una advertencia que alertaba a los locales sobre pandemia de gripe. Un comunicado del comisionado de salud interino del estado se llevó la primera plana: “Cuidado con el muérdago“. En el texto, se invitaba a los lectores a omitir sus cenas de Navidad y reuniones populosas, para evitar que los contagios aumentaran.

Todavía sana, Rebecca Trinti se decidió a ayudar a la comunidad ofreciéndoles su casa como centro de sanación. Sin embargo, no pudo evitar la tragedia, según relata con su puño y letra en una carta fechada en enero de ese año:
“El señor había estado esperando al resto hasta que tuvo una recaída y siguió empeorando, hasta que murió una semana después. Me quedé hasta el funeral, que fue el día antes de Navidad.”
Todas las cartas escritas por Rebecca Tinti están ahora en manos de la hija de su ahijada, Ruth M. Lux, de 72 años, quien todavía reside en la misma comunidad rural de Iowa.
El encierro navideño de hace un siglo
Para otoño de 1918, la pandemia de gripe española ya había alcanzado su punto máximo en Estados Unidos. La gripe cobró facturas altas. Se tiene registro de que, para diciembre de ese año, terminó con la vida de más de 675 mil personas.
Considerando la densidad de población de ese momento, era una cifra más que alarmante para las autoridades del país. El fin de la crisis sanitaria no se veía cerca, de ninguna manera. Menos aún por el frío invierno, que vaticinaban una tercera ola de contagios.

Cerca de Navidad, se tomaron medidas de encierro muy restrictivas, para evitar que más gente se contagiara durante el invierno. En ese momento, asegura Howard Markel, director del Centro de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan, la relación de las personas con la enfermedad no era distante.
Por el contrario, venían de una generación de pérdidas importantes (de hijos, padres, parientes y amigos) a causa de algún malestar para el que no había cura. Aquellos que habían sufrido una muerte cercana por poliomelitis estaban dispuestos a confinarse el tiempo que fuese necesario, por lo que se dispusieron a limitar sus actividades y encuentros sociales al mínimo.
El comunicado, entonces, fue efectivo: en un primer momento, con la cantidad tan importante de contagios que había, el gobierno local tuvo que mandar un comunicado oficial para alertar a la gente de los riesgos de entrar en contacto con otras personas. Más aún con los fríos de invierno, que hacían a la población más vulnerable. Finalmente, con esta consciencia, la gente se confinó para las fiestas de diciembre, y los contagios descendieron significativamente.
La ansiedad por reunirse para las fiestas decembrinas en 1918 tuvo que esperar, como tendrá que ser esta vez. Sin embargo, la gente en ese entonces entendió la gravedad de la situación. El hecho de que las medidas para evitar más contagios se tomaran en cuenta contribuyó en gran medida a que la tasa de infecciones por gripe descendiera. Quizá esto es algo que valdría la pena tomar en serio hoy, mientras pasamos Navidad en pandemia.
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