Una terrible batalla se suscitó entre británicos y noruegos, y ambas expediciones con las hostiles condiciones del clima
Vientos de hasta 300 kilómetros por hora. Temperaturas bajo los 50 grados. A casi 3,000 metros de altitud. Una disputa entre exploradores y los límites humanos, en un escenario hostil y helado. Cien años atrás, el 14 de diciembre de 1911, el noruego Roald Amundsen plantaba su bandera en el punto más austral del planeta, uno de los dos extremos más fríos, el Polo Sur geográfico (90º 0′ 0” S 0º 0′ 0” O). El británico Robert Falcon Scott, acompañado de otros cuatro hombres, arribaría un mes después.
Los noruegos alcanzaron la meta sin incidentes y, en la tienda que levantaron, Amundsen dejó una carta para el rey Haakon VII. “Y unas líneas para Scott, que presumo será el primero en llegar después de nosotros”.
El desolado Scott, 34 días más tarde, observó la tienda y la bandera dejadas por Amundsen y supo que había perdido. El entorno se volvió pálido y espectral. Ya no había esperanza. El rigor había ganado a la pasión. El profesional, al aficionado.
Amundsen deseaba ser el primero en alcanzar el Polo Sur porque no pudo hacerlo en el Polo Norte. Reunió un equipo de esquiadores profesionales y usó perros de tiro; los animales más débiles fueron sacrificados y devorados por los más fuertes para asegurarse así el regreso. Su competidor, el británico Scott, no soportaba la idea de sacrificar a los perros y escogió ponies siberianos..
Amundsen tuvo un regreso eficaz, Scott sufrió una de las peores tormentas polares del siglo, con fríos desorbitados y ventiscas interminables que disminuyeron su resistencia; fue el héroe trágico. «Ha sucedido lo peor… Se han desvanecido todos los sueños. ¡Santo Dios, este es un lugar espantoso! Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado… Me pregunto si lo conseguiremos», escribió en su diario el capitán británico, con las manos al borde de la congelación y cercado por el escorbuto.
“Moriremos como caballeros. Espero que esto demostrará que la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y de sufrir no ha desaparecido de nuestra raza. Si hubiésemos vivido, podría contar una historia de penalidades, resistencia y valor de mis compañeros, que habría conmovido el corazón de todos los ingleses. Estas apresuradas notas y nuestros cadáveres lo harán por mí”. “Es una lástima (anotó el 19 de marzo), pero no creo que pueda escribir más“.
Los diarios de Scott fueron recuperados meses después, en noviembre de 1912, cuando los expedicionarios fueron hallados muertos en sus tiendas; también varios kilos de muestras geológicas, por el carácter científico que tenía su travesía.
Fotografía tomada por el capitán Scott al doctor Edward Wlson dibujando en
el glaciar Beradmore el 13 de diciembre de 19911/Scott Polar Research Institute
El comienzo
Amundsen nació en 1872 y desde niño sintió fascinación por las regiones polares. En 1903 zarpó, a bordo del velero Gjøa, en pos de un sueño: triunfar donde el inglés John Franklin había fracasado entre 1845 y 1848: el terrible Paso del Noroeste entre los océanos Atlántico y Pacífico. Su éxito no sólo le dio renombre, también lo dotó del aprendizaje (adoptó las técnicas de supervivencia de los esquimales netsilik, es decir vestiduras de pieles de reno, uso de trineos con perros de tiro, raquetas de nieve, iglúes…) que pensó aplicar cuando se planteó una expedición al Polo Norte, pero que cambió por el Polo Sur al enterarse de que el estadounidense Robert Peary ya había alcanzado el punto más septentrional del globo (6 de abril de 1909, aunque hoy su hazaña es puesta en duda).
Con el nuevo objetivo, enfiló hacia el Polo Sur en el buque Fram, propiedad de Fridtjof Nansen, otro legendario explorador noruego. Amundsen tenía 38 años cuando llegó en enero de 1911 a la Barrera de Hielo de Ross. Ancló el Fram en la Bahía de las Ballenas y levantó su campamento. No dejó nada a la improvisación: sometió los víveres, equipamiento, hombres y animales a un escrutinio implacable, consciente de que cualquier mínimo error podría significar la muerte.
Scott, por su parte, había fondeado al ballenero Terra Nova en el Estrecho de McMurdo, 96 kilómetros más lejos del Polo que Amundsen. Utilizó caballos manchúes (a pesar de su demostrada ineficacia en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar.
Amundsen, que siguió su propia ruta, solo usó perros y no tuvo problema en sacrificar a 24 de ellos para alimentar al resto de la manada; una parte de la carne quedó almacenada para el viaje de regreso.
Ambas expediciones partieron en octubre de 1911, teniendo por delante 1,300 kilómetros de hielo.
Las historias de Amundsen y Scott, su triunfo y tragedia, permanecen en la crónica de la exploración en la Antártida, a principios del siglo XX, cuando los países fijaron su mirada en los tres polos del planeta (el Everest incluido). Hoy, un siglo después, como homenaje de aquella hazaña, unas 30 expediciones buscan alcanzar el Polo Sur desde distintas posiciones.