Durante la segunda intervención francesa, el pueblo de San Andrés Chalchicomula, en Puebla, fue testigo de una de las peores tragedias militares en la historia de México. Texto por Gina Vega
Cuando a finales de 1861 llegó la noticia de que Francia, Inglaterra y España enviarían a sus ejércitos para exigir el pago de los préstamos que le habían otorgado al país, el gobierno de Benito Juárez tomó la decisión de llevarse los pertrechos militares que guardaba en el puerto de Veracruz y la Fortaleza de San Carlos de Perote a San Andrés Chalchicomula (hoy Ciudad Serdán), para evitar que los extranjeros se apoderaran del parque.
El jefe político de la región, José María Velázquez, dispuso que se almacenaran en el viejo edificio de la Colecturía del Diezmo, que durante muchos años guardó los granos cosechados en el pueblo, hasta que a raíz de las Leyes de Reforma se convirtió en cuartel general.
Para enero de 1862, las fuerzas extranjeras habían desembarcado ya en las costas de Veracruz y el Ejército de Oriente se encontraba en Orizaba, pero al poco tiempo tuvo que replegarse debido a los Tratados de la Soledad, firmados el 19 de febrero de aquel año por los representantes de los aliados y el gobierno mexicano, con el propósito de encontrar una solución al conflicto.
Acordaron que, mientras se llevaran a cabo las negociaciones, los ejércitos invasores ocuparían pacíficamente las ciudades de Córdoba, Orizaba y Tehuacán. Como consecuencia, el general Ignacio Zaragoza, que comandaba el Ejército de Oriente, ordenó a la Primera Brigada de la Tercera División irse a San Andrés Chalchicomula.

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La llegada a Chalchicomula
Primero llegó un grupo de militares enviados por el coronel Antonio Álvarez para informar sobre el arribo de la Brigada. Al mando del general Ignacio Mejía, este cuerpo estaba integrado por tres batallones:
Primero y Segundo Ligeros y el “Patria”, que sumaban más de 1,200 soldados, originarios en su mayoría de Huajuapan, Oaxaca.
Con el propósito de disponer del espacio suficiente para tal cantidad de personas, el jefe político Velázquez decidió que las tropas oaxaqueñas se alojaran en la Colecturía del Diezmo y para ello ordenó que el parque que ahí se almacenaba fuera llevado al Templo de Guadalupe, en las afueras del pueblo.
Pronto empezaron a trasladar las municiones en carretas y burros, pero cuando el 6 de marzo llegó la Brigada Oaxaca, todavía no habían terminado de sacarlas.
Las tropas estuvieron formadas durante tres horas en las calles aledañas hasta que a las cinco de la tarde el coronel Álvarez decidió ingresar a la Colecturía, en cuyo patio quedaban todavía 460 quintanales de pólvora, sin que se suspendiera el transporte del arsenal al lugar designado. Mientras lo sacaban, los militares se acomodaron en los dos pisos del edificio, sin medir el peligro.
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La catástrofe
A las ocho de la noche, las soldaderas que acompañaban al ejército oaxaqueño comenzaron a encender fogatas en el patio para preparar los alimentos, mientras la banda de guerra del ejército salió a la calle de Plateros a tocar retreta.
Pero a las ocho con 12 minutos se escucharon dos estruendosos estallidos: una chispa de las fogatas había volado, provocando una tragedia sin precedentes. La Colecturía quedó destruida y las casas aledañas se desplomaron de manera estrepitosa.
Un testigo ocular contó:
“Al estallido de la explosión, tanto las fuerzas que estaban en los cuarteles, como el vecindario, creyeron que era un movimiento revolucionario; otros que eran las fuerzas extranjeras que sorprendían a las que estaban y acababan de llegar.”
Pero con el inmenso gemido que producían los lamentos de los que habían quedado sepultados, y la nube de humo y polvo que cubría el edificio destruido, se conoció la inmensa desgracia que había acontecido […] Muchos cadáveres fueron lanzados al aire por la fuerza de la explosión, cayendo unos enteros y otros destrozados en las casas circunvecinas.
Los cadáveres que se iban descubriendo y que eran tantos, así como multitud de órganos hechos pedazos, se fueron colocando en la calle de Hidalgo, en toda su extensión.
Habitantes del pueblo, médicos y militares comenzaron a llegar para socorrer a los heridos. Cuando quitaron los escombros, hallaron a casi todos los soldados muertos, pues en el momento de la explosión se encontraban reunidos porque estaban pasando lista, según platicó un sobreviviente.
A los tres días llegaron médicos de los ejércitos francés y español, pero poco pudieron hacer.
Otra persona que presenció los hechos declaró:
“Las gentes estaban encerradas en sus casas, unas para llorar las pérdidas que habían sufrido y otras para no ser testigos de las escenas de desolación y horror producidas por la explosión, tales como carros cargados de cadáveres fétidos y mutilados, o miembros despedazados y tirados en la calle.”
Como no había hospital en el pueblo, la casa de un vecino llamado Julián Muñoz se ocupó como tal, al igual que una iglesia y el hotel La Esperanza, en tanto que un acaudalado alemán, Martin Tritschler, quien residía en el pueblo, se encargó de los gastos.

Recuento de la explosión
El saldo de la explosión fue de 1,042 soldados y 475 soldaderas muertos; asimismo perdieron la vida 500 lugareños y 30 vendedores de comida. Entre los militares hubo 200 heridos, pero casi todos fallecieron al poco tiempo debido a la gravedad de sus heridas.
La mayoría de los altos mandos de la Brigada Oaxaca sobrevivieron, pues al momento de la tragedia se encontraban fuera de la Colecturía buscando un lugar donde comprar comida.
El general Ignacio Mejía, que el día del accidente estaba en la Cañada de Ixtapa, junto a la Segunda Brigada de la Tercera División, le escribió al presidente Benito Juárez:
“Los soldados que tantos años me acompañaron, combatiendo por la libertad, yacían bajo los escombros del edificio de la Colecturía”.
En una noche el gobierno mexicano había perdido gran parte del Ejército de Oriente, el cual tan sólo dos meses después, el 5 de mayo de 1862, derrotaría al ejército francés, en la emblemática Batalla de Puebla.
