Los ritos de la muerte son un reflejo de las ideas sobre la vida.
En India, donde la mujer tiene un papel subordinado al hombre, aún se presentan casos aislados de sati: al morir sus maridos, las viudas se inmolan en las mismas piras funerarias, pues su destino ha dejado de importar. Muchas de las practicantes no lo hacían de modo voluntario y eran obligadas a matarse por otros parientes del difunto, movidos por intereses materiales, es decir, para evitar que la mujer conservara sus bienes. Existen antecedentes de prácticas semejantes entre algunas culturas de la Antigüedad, como los egipcios, los griegos y los godos. Según el relato del autor árabe del siglo X Ahmad Ibn Fadland, las mujeres de los vikingos tenían un destino igual de dramático: cuando alguna de sus esclavas manifestaba disposición de acompañar al difunto en la otra vida, en los días que seguían a la muerte sostenía relaciones sexuales con todos los varones de la aldea, le administraban drogas y bebidas embriagantes, hasta que finalmente era estrangulada y apuñalada por la matriarca del clan; su cadáver se reunía con el del noble muerto y ambos eran colocados a bordo de un barco en llamas y a la deriva. Otra práctica funeraria asociada al género ocurría entre los indígenas dani de Papúa Nueva Guinea: al morir un hombre, las mujeres relacionadas con él y sus hijos menores se amputaban dedos de la mano, que entregaban a manera de ofrenda.

