En tiempos de turbulencia bélica en la Italia medieval, Francisco de Asís fue el monje que inició la tradición de celebrar la Navidad una vez al año.
Francisco de Asís nació en momentos en los que los acontecimientos históricos se movían rápidamente. Mientras los emperadores pedían amparo al Papa, las alianzas se anudaban tan fácil como se desanudaban. Todo era tan estable como un barril de pólvora cerca de un cerillo. En Europa, durante el siglo XII, la guerra era el estado común de cosas.
En aquellos tiempos, Inocencio III ascendió al pontificado. El Papa era un hombre de gran empuje, que tuvo que enfrentar más decisiones políticas que eclesiales. Muchas ciudades de Italia reclamaban su independencia. Fueron días de conflictos armados y turbulencia, en los que se peleaba por recuperar Tierra Santa de manos de los infieles. Ésas fueron las circunstancias en las que vivió Francisco.
A contracorriente

Francisco de Asís no fue un hombre que simpatizara con la guerra. “Hermano León, si Dios tuviera alma se llamaría Paz, dijo Francisco”. (Larrañaga, p. 318) Francisco de Asís fue un hombre al que le gustó nadar como un salmón: a contracorriente. Buscó ser instrumento de paz en tiempos violentos, por lo que invitaba a la gente de su pueblo de origen a sembrar motivos de armonía. Por ello, también, buscó signos que generaran ternura y piedad entre sus contemporáneos.
Como un monje de clausura, Francisco de Asís cayó en la cuenta de que, para convocar a la armonía, el mito del nacimiento de Jesús en Belén era perfecto. La imagen de un bebé apela a la inocencia. Recibe todo. No gana ni merece nada. Todo lo acepta en forma espontánea, todo se le da en forma sincera. En tiempos de turbulencia bélica, a sus ojos, este tipo de símbolos eran necesarios.
Con esto en mente, convocó a los aldeanos de su pueblo a reunirse en la Plaza Mayor. Ahí les pidió un cencerro y haciéndolo sonar, y recorrió las calles invitándolos a participar. Aquella tarde, Francisco de Asís les habló de algo extraño en aquellos días: del mensaje de paz de la Navidad. En ese entonces, no se celebraba el acontecimiento del nacimiento de Cristo.
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Con ramas y barro

Juan Velita, un caballero acaudalado de la región, de noble abolengo, quedó conmovido ante las palabras del Poverello de Asís, como se conoce a Francisco. Se ofreció a construir un ermitorio con ramas y barro que estaría listo para las fechas del solsticio de invierno en un roquedal de su propiedad.
El espacio era magnífico, “sólido como una roca; imponente, como tiene que lucir Dios”, según los apuntes del historiador Ignacio Larrañaga. Y, así se fueron preparando para celebrar una de las fiestas de mayor relevancia para la tradición cristiana.
La cita fue en la ermita de Greccio. Ahí, Francisco de Así quería reproducir las palabras del evangelio de Lucas (Lc 2:17). De esta forma, algún aldeano trajo a su vaca, otro trajo sus ovejas, alguno cooperó con su mula y su buey, unos trajeron paja para montar el pesebre y algunos personificaron a los pastores, a los Reyes Magos, a Santa María, a San José y hubo un bebé que hizo el papel del Niño Jesús. De esta forma, se celebró la primera misa navideña. Así se inició la tradición que más tarde se extendería por todo el mundo.
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En la primera misa de Navidad

Para la celebración, Francisco usó los ornamentos de diácono, no los sacerdotales —nunca recibió el sacramento sacerdotal—, y cantó el santo evangelio con una voz sonora. En el sermón, el santo predicó a la gente que estaba de pie frente a la ermita, contándoles sobre el nacimiento de Jesús en la pequeña cueva a las afueras de ciudad de Belén.
“Dios vendrá esta noche, hermanos… Él vendrá sentado en sobre un humilde burrito, dentro del seno de su Madre Pura. Dios llegará con regalos de humildad y misericordia, traerá la ternura colgada del brazo… llegará con su luz esta noche y arrancará las raíces del egoísmo y las sepultará en el fondo del mar” (Larrañaga, 322-323).
Según los apuntes de Tomás de Celano, seguidor de Francisco de Asís y ordenado como fraile en su orden, aquella noche “se rindió honor a la sencillez, se exaltó la pobreza, se alabó la humildad y Greccio se convirtió en una nueva Belén” (Vita Prima, ch. 30). A partir de esa velada del 24 de diciembre de 1223, y con el permiso del Papa Honorio III, se celebró la representación del nacimiento de Cristo.
Representaciones posteriores a Francisco de Asís

Con posterioridad, el Nacimiento se representó con figuras de barro o de madera. La escena se centra en el pesebre con unas efigies que representan a la Sagrada Familia, el Niño reclinado en el pesebre y al lado María y José, también es habitual las imágenes de un buey y una mula, que sigue una tradición cristiana recogida en los evangelios apócrifos.
Algunos nacimientos empezaron a ampliar el marco con una representación de varias casas y hombres y mujeres trabajando. En ellas, aparecen también los Reyes Magos, y en ocasiones, palacio de Herodes y algunos otros pasajes del Evangelio de Lucas. En el lugar donde se colocó el pesebre aquel 24 de diciembre de 1223 se consagró un templo al católico. Sobre ese pesebre, se construyó un altar y se dedicó una iglesia en honor al padre Francisco y a la natividad del Niño Jesús.
La tradición marca que, durante el tiempo de Adviento, se colocan las figuras de los animales, los pastores, María y José. El Niño Dios se coloca en la noche del 24 de diciembre y cercanos a la fiesta de la Epifanía, se agregan las efigies de los Reyes Magos. A Francisco de Asís le debemos esta tradición de paz.
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