En las más diversas culturas y en distintas épocas, se han reportado inquietantes fenómenos acerca de espíritus que no encuentran descanso en la muerte y regresan al mundo de los vivos. Las historias de estos casos continúan atemorizando y fascinando por igual.
Es el 18 de diciembre de 1975. Aquel día George y Kathy Lutz, con sus pequeñas hijas, se instalaron en su nueva casa. El inmueble, ubicado en el número 112 de la calle Ocean Drive, en Amytiville, una villa en Nueva York, tenía grandes espacios y su elaborada arquitectura contrastaba con el muy bajo precio en que había sido rematada. La familia esperaba ahí comenzar el año y con él una nueva vida. Lo que ignoraban, sin embargo, es que sus días en ese lugar estaban contados. Un mes antes Ronald DeFeo, de 17 años (según se dijo, guiado por una entidad infernal), había asesinado en esas mismas habitaciones a sus dos padres y tres hermanos.
Desde la primera noche el matrimonio escuchó ruidos inexplicables, se sintió observado, las ventanas y puertas se abrían solas; por el ambiente se esparció un hedor insoportable.
Kathy tuvo pesadillas sobre los crímenes ocurridos y George despertaba a medianoche, a la misma hora en que sucedieron. En su desesperación, decidieron llamar a un sacerdote católico para expulsar de ahí a lo que percibían como un espíritu maligno y violento. Pero una nube de miles de moscas impidió la entrada al exorcista y una fuerza difícil de identificar lo repelió. A partir de esa visita la presencia se manifestó cada vez más fuerte; sólo 16 días permanecieron los Lutz en la casa que habían considerado de sus sueños. Amityville marcaría desde entonces un hito en la historia de las mansiones embrujadas.
Energía maligna
Uno de los fenómenos paranormales que despiertan mayor inquietud e interés en la cultura popular es la manifestación de seres sobrenaturales en un espacio físico, sea natural o artificial, como un bosque o cualquier construcción. En general se habla de lugares ?embrujados?, asociando a éstos la acción malévola de una bruja. El término haunted, empleado en inglés, es tal vez más preciso: se refiere al supuesto encantamiento de estos sitios, idea más amplia y menos asociada a intenciones destructivas, tampoco limitada a una bruja, sino abierta a otros tipos de presencias que a veces no muestran siquiera una forma física y son extrañas energías (como en el caso de los poltergeist) que inquietan a los vivos con señales insólitas, inexplicables para los conocimientos y recursos comunes, a las que se les ha llamado de manera genérica ?actividad paranormal?. Esta primera aproximación nos da ya los elementos para proponer una definición formal de esta clase de recintos: un sitio encantado es una locación visitada frecuentemente por fuerzas invisibles o apariciones que pueden estar acompañadas por movimientos, sombras, sonidos o sensaciones incómodas.
¿Cuál es la realidad de estas experiencias?
Durante varios siglos se dieron por ciertas hasta que, a partir del XIX, con el surgimiento del espíritu científico derivado de la Ilustración, se buscó estudiarlas de manera objetiva. Muchas de ellas se revelaron como simples fraudes o engaños. Los reportes que las refieren y el interés por indagarlas se extendió, sin embargo, al siglo XX y llegan hasta nuestros días, cuando se emplean diversos recursos tecnológicos para comprobar su veracidad. En todo este proceso se han descartado miles de presuntos casos porque no se ha logrado confirmar la evidencia de ninguno, de ahí que sean considerados en el campo de las creencias. La única forma de comprenderlas hoy día es como fenómenos culturales, analizados con las herramientas de la psicología y la antropología.
Personas encantadas
Los antropólogos nos explican que desde tiempos inmemoriales las primeras culturas creyeron que las fuerzas invisibles o los fenómenos paranormales afectaban la vida de la gente en diferentes modos. Una fuente significativa de estos pensamientos es el impacto que provoca la muerte de una persona en particular, y el concepto en general. La creencia de que los difuntos regresan del más allá es un paliativo para enfrentar su deceso. Es curioso que estas historias sean más frecuentes cuando se trata de muertes trágicas ?asesinatos, suicidios o accidentes violentos?, como si se recurriera a ellas para poder asimilar el fallecimiento con mayor resignación.
Este esquema básico ha sido adoptado con diferencias entre culturas y épocas, pero todos los relatos de lugares embrujados refieren la presencia de espíritus o fantasmas y rebasan los credos religiosos.
Una encuesta realizada hace cinco años por la empresa Gallup reveló que la creencia en lugares embrujados es la más común entre las posibilidades de lo paranormal. Según el estudio de opinión, 37% de los estadounidenses, 28% de los canadienses y 40% de los ingleses creen en las casas embrujadas.
A esta visión antropológica se suma el enfoque de la psicología. En 2003 el investigador Richard Wiseman, de la Universidad de Hertfordshire, Reino Unido, realizó un experimento con varios voluntarios en dos lugares donde habían sido reportadas este tipo de experiencias: el palacio de Hampton Court, en Inglaterra, y las bóvedas del puente sur, en Edimburgo, Escocia. Su conclusión fue que en algunos lugares se presentan efectivamente fenómenos peculiares, como cambios de temperatura, de iluminación o condiciones para la propagación del sonido que difieren de la experiencia normal y que, no obstante, pueden ser explicados por la ciencia. Pese a ello determinadas personas especialmente sensibles los interpretan, de modo inconsciente, como signos de una supuesta actividad paranormal.
La perspectiva se completa con las indagaciones del psicólogo Robert Baker, profesor de la Universidad de Kentucky, quien investigó más de 60 casos de apariciones y lugares supuestamente embrujados.
Encontró que muchos de ellos respondían a procesos psíquicos de los propios individuos que reportaban las experiencias.
Por ejemplo, una mujer decía experimentar la aparición constante de una niña de tres años. Al indagar su historia, el doctor Baker halló que la mujer anhelaba tener hijos pero no podía. Tras varias sesiones de psicoterapia recomendó a la pareja la adopción de un pequeño y el fantasma de la niña desapareció. En realidad ?no hay lugares encantados, sino personas encantadas?, fue la conclusión a la que Baker llegó.
Una forma de entretenimiento
A este breve esbozo sobre los procesos que conducen a creer en fantasmas se agrega que a pesar de que muchas personas reportan experiencias paranormales y dicen haber percibido seres inmateriales, es muy raro que alguna de ellas exprese genuino terror respecto a las supuestas apariciones o esté convencida de ellas. Es decir, los fantasmas han dejado de tener peso o importancia, como bien lo supo entender el escritor inglés Oscar Wilde en su relato El fantasma de Canterville (1887).
Desde el siglo XIX y hasta ahora lo sobrenatural se ha convertido en una sencilla forma de entretenimiento bien aprovechada por la sociedad de consumo. En muchos de los recuadros presentados a continuación hallaremos que gran parte de los sitios ?embrujados? generan ganancias como destinos turísticos, y que esta industria ávida por incrementar sus ventas, promociona como atractivos a los fantasmas o las leyendas de ciertos entornos. Algunos sitios, incluso, se han convertido en auténticos parques de diversiones donde a los supuestos fantasmas que en ellos residen se suman otros creados con los artilugios propios de los efectos especiales.
A pesar de sus extremos grotescos, estos desarrollos nos recuerdan que los lugares embrujados y los espectros son creados y recreados en un interesante diálogo con la imaginación. Por eso han dado lugar a miles de leyendas y fantásticas películas (con el conspicuo ejemplo de Amityville), o relatos exquisitos como el de George Loring Frost, recuperado por Jorge Luis Borges en su Antología de la literatura fantástica: Al caer la tarde, dos desconocidos se encontraron en los oscuros corredores de una galería de cuadros. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: ?Este lugar es siniestro. ¿Usted cree en fantasmas?? ?Yo no? ?respondió el otro?. ?¿Y usted?? ?Yo sí? ?dijo el primero, y desapareció?.