Una de las noticias más impactantes en México al comenzar 2018 fue la detención de José María Guízar, el Z-43, presunto líder del cártel de Los Zetas. Se trata de uno de los delincuentes más buscados por los gobiernos mexicano y de Estados Unidos (el cual ofrecía cinco millones de dólares por información que condujera a la captura de quien es acusado de delitos contra la salud, narcotráfico, tráfico de armas, secuestro y homicidio, entre otros).
Este reciente hecho forma parte ya de la larga historia del narcotráfico en nuestro país, cuyos antecedentes se remontan a finales del siglo XIX e inicios del XX, cuando era legítimo y usual el consumo de preparaciones a base de opio, cocaína o mariguana que se podían adquirir en las boticas con fines medicinales.
También de finales del siglo antepasado datan los registros estadísticos de la existencia de la adormidera o amapola (de la que se obtienen el opio, la heroína y la morfina, muy utilizada como sedante) en la flora de Sinaloa. Hasta el gran puerto de esta entidad, Mazatlán, llegarían a principios del nuevo siglo inmigrantes chinos trayendo consigo sus costumbres ancestrales; entre ellas destacaba la de fumar opio, cuya planta empezaron a cultivar dadas las condiciones climáticas propicias para ello en la región. Surgirían entonces en dicha ciudad los primeros fumaderos de opio, que pronto proliferarían por todo el país, al igual que la siembra de la adormidera. La disponibilidad del opiáceo para su venta derivaría en su exportación, a través de la frontera, al vecino país del norte.
Una sociedad puritana
De manera coincidente, la actual guerra contra las drogas tiene asimismo orígenes decimonónicos, en Estados Unidos, donde sectores puritanos de la sociedad mostraban su moralismo al condenar cualquier sustancia que alterara los sentidos. Esta postura, aunada a sentimientos nacionalistas, los hacía expresar su rechazo a las minorías étnicas, atribuyéndoles supuestas conductas patológicas asociadas al presunto consumo de opio, mariguana y cocaína. Una de esas minorías eran los mexicanos que residían en aquel país, aunque “en realidad la mayoría de los consumidores eran anglosajones […] Esto propició un sistema legal que prohibiera ciertas sustancias […] Además se extendió una tendencia hacia la criminalización de esas conductas”, explica Oscar Contreras Velasco, investigador de El Colegio de la Frontera Norte, en Tijuana, Baja California.
Fue en ese contexto que Estados Unidos decidió extender su política antidrogas interna al resto del mundo. Para ello promovió la realización de la primera conferencia internacional contra el comercio de opio, celebrada en Shanghái, China. Tres años después, en La Haya, Países Bajos, se firmaría la Convención Internacional del Opio, primer tratado sobre el control de la producción, importación, exportación y distribución de drogas como la morfina y la cocaína, entre otras.
En 1915 Estados Unidos y el resto de las naciones firmantes lo incorporarían en sus legislaciones. Tras la Primera Guerra Mundial, en cuyo transcurso se elevó el consumo de estupefacientes, la Convención fue incorporada en 1919 por el Tratado de Versalles, a partir del cual se creó la Sociedad de las Naciones.
“Al amparo de la amapola crecieron pueblos, se dilataron fortunas. Podía sentirse en las miradas desafiantes de los jóvenes el poder de aquella ilegalidad soberana. venida de la historia.” Héctor Aguilar Camín, periodista, novelista e historiador mexicano.
Un año después, las autoridades sanitarias de México “se hicieron eco del espíritu criminalizador de las reuniones internacionales promovidas por Estados Unidos para controlar principalmente la producción de opio y sus derivados […] al establecer las ‘Disposiciones sobre el cultivo y comercio de productos que degeneran la raza’. Estas medidas prohíben el cultivo y la comercialización de la mariguana, cuya venta se pretendía controlar por lo menos desde 1883 por considerarla venenosa o nociva en otras manos que no fueran las del médico o farmacéutico.
El de la adormidera se permitió, al igual que la extracción de sus productos, siempre y cuando se solicitara el permiso correspondiente. Seis años después, la prohibición abarcaría a las dos plantas, sin excepción. Los comerciantes y consumidores de antes se convirtieron en ‘traficantes’ y ‘viciosos’; en ‘criminales’”, expone Luis Astorga, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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De hecho, el presidente Venustiano Carranza (1917-1920) intentó prohibir el tráfico de opio en Baja California. Su iniciativa fue ignorada por el gobernador del estado, Esteban Cantú, un cacique vinculado con el crimen organizado y actividades ilegales como la prostitución, las apuestas y el narcotráfico, destina- das al mercado estadounidense. Paradójicamente, la prohibición de la producción y comercio de droga, así como la estigmatización de su consumo, no hicieron sino incentivar esas actividades, desarrolladas desde la clandestinidad y la ilegalidad pero con cuantiosas ganancias.
En el mismo objetivo se empeñaron los presidentes Álvaro Obregón (1920-1924) y Plutarco Elías Calles (1924-1928). El primero prohibió la entrada al país de cualquier narcótico y ordenó la construcción de una base aérea en Ciudad Juárez para impedir el contrabando en la frontera con Estados Unidos. El segundo prohibió la salida de heroína y mariguana.
Narcotráfico: una corporación con capacidad corruptora
Aunque al gobierno estadounidense le preocupaba el ingreso de narcóticos a su territorio, en la década de 1920 aún no parecía estar interesado en cooperar con su homólogo mexicano en el combate contra la producción y trasiego de los mismos. En tanto, para este último era difícil pelear contra lo que ya para entonces se ostentaba como ‘una corporación con tanto dinero y capacidad corruptora como era el narcotráfico’. Las consecuencias más obvias de la política antidrogas nacional fue la colusión y la violencia desatada en territorio mexicano, y sin embargo, en opinión de Estados Unidos, el papel de México en la lucha contra las drogas era excepcional y el camino correcto para desarticular al narcotráfico”, plantea Contreras Velasco.
“Estados Unidos convive con cárteles más poderosos que los mexicanos, Los nuestros son caricarura; las ganancias millonarias están en el norte, el sur recibe migajas”. Jesús Blancornelas, fundador del periódico ABC de Tijuana y el semanario Zeta.
Por: Luis Felipe Brice
Fuente: Revista Muy Interesante/Crimen Vol. III. 2018