La islamofobia nace de un discurso violento en contra de cualquier persona que entre en el estereotipo estadounidense de lo que es ser musulmán.
Después de la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, un estimado de 2 mil 997 personas perdieron la vida. El recuento considera los cuatro atentados en Estados Unidos, específicamente en las ciudades de Nueva York, Pennsylvania y la capital, Washington D.C., organizados por el grupo terrorista Al-Qaeda, liderado en ese entonces por Osama bin Laden.
A partir de entonces, en medio de la pena por la tragedia nacional, Estados Unidos se encargó de diseñar una narrativa hegemónica de odio al mundo árabe. Además de caricaturizar la fe islámica, el país le declaró la guerra a los países árabes en favor de justificar sus acciones en Afganistán.
Bajo el discurso de liberación y democracia, la administración de George Bush mandó tropas para ocupar el territorio, lo que, a ojos de los estadounidenses, validó las acciones en contra de ese pueblo bárbaro, iletrado y salvaje. Lo cierto es que el Islam tiene milenios de historia previos a la Independencia de Estados Unidos. A fuerza de ignorancia y franca desinformación con respecto a esta cultura, en Occidente se expandió el terror hacia atentados potenciales provenientes de Oriente. Así nació la ‘islamofobia’.
No todo Medio Oriente es islámico

Antes que nada, habría que entender que no todo Medio Oriente es islámico. Asimismo, no todos los musulmanes son radicales terroristas. Por el contrario, de los 1,500 millones de personas que siguen esta fe en el mundo, sólo una fracción mínima se dedica al terrorismo. La mayor parte de ellas, además, se pronuncian en contra de las acciones del Estado Islámico, que se dedica a organizar ataques fundamentalistas, racistas y radicales.
Así como el judaísmo y el cristianismo, el Islam es una religión monoteísta. Sus adeptos veneran a Alá, su único dios. Su profeta es Mahoma, de quien recibieron el mensaje divino en el siglo I de nuestra era. Fue de esta manera que se escribió el Corán, su libro sagrado. Sólo está escrito en árabe, ya que es la única lengua designada para expresarlo en toda su dimensión.
Sin embargo, vale la pena resaltar que el 80 % de los musulmanes en el mundo no hablan árabe. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), esto se debe a que existen 21 países miembros de la Liga Árabe, distribuidos entre África, Medio Oriente y Asia. Como tal, las expresiones del Islam se adecúan a la cultura de cada región, con matices según las prácticas de cada región.
Por tanto, pensar que todos los musulmanes son barbados, morenos y bárbaros es caer en un estereotipo que reduce la complejidad de la religión y la cultura islámica. De la misma manera, no todas las mujeres árabes utilizan burqa. Algunas la usan como medio de protesta; muchas, por convicción religiosa y política; otras más, como consecuencia de la represión de gobiernos autoritarios. Estados Unidos se encargó de desdibujar estos matices tras el 11 de septiembre de 2001.
Islamofobia: expansión del odio al mundo árabe

El problema no se terminó en 2001. Ni siquiera una década más tarde. Por el contrario, este odio institucional se extendió a grupos radicales en Estados Unidos. En los años inmediatos, bajo el discurso de seguridad nacional, ingresar al país era imposible, incluso para el turismo. Quienes quisieran visitar, tenían que someterse a controles rigurosos —e incluso ridículos— en los aeropuertos.
Durante años, las visas se dejaron de conceder para cualquier persona que siquiera encajara con la idea que los estadounidenses tenían de lo que es un musulmán. Si bien es cierto que las acciones de Al-Qaeda no están justificadas, es una realidad que Estados Unidos estaba llevando a cabo prácticas terroristas en territorio afgano, en favor de la obtención de recursos petroquímicos. A nivel institucional, sin embargo, se manejó como una liberación de las naciones oprimidas por gobiernos bárbaros, incultos e iletrados.
Como tal, esta idea echó raíces profundas en las personas que, efectivamente, no tenían mucha educación al interior de Estados Unidos. Esto permitió que, en 2016, Donald Trump tuiteara por medio de su cuenta personal: “El Islam nos odia”. Ésta también fue una expresión clara de Islamofobia. Además de generar amplia polémica en grupos serios de debate, removió fibras sensibles en el fundamento racista que un sector amplio de la población estadounidense conserva.
Así, las ideas xenófobas y fundamentalistas se expresaron también en Estados Unidos. A la par, 66 mil soldados afganos perdieron la vida en su país a principios de este milenio. Entre civiles, se estiman 47 mil pérdidas. Se dice que ha sido la guerra más larga de nuestros tiempos. Sin embargo, poco se habló de estas cifras en los medios masivos de información occidentales, en contraste con la cobertura casi obscena que se dio a la caída de las Torres Gemelas —en la que murieron poco menos de 3 mil personas.
Estados Unidos no le llevó la democracia a nadie

La islamofobia no ha cedido en Estados Unidos. En Occidente tampoco. Según la profesora en Pedagogía de la American University, Amaarah DeCuir, de sus alumnos todavía recibe declaraciones como la siguiente:
“Hay tanta tensión, ser incluso de este color y luego ser musulmán…”, escribe en su artículo para The Conversation. “No entiendes esta pregunta porque eres musulmana. Este tipo de tensión se emite entre maestros y estudiantes por igual”.
De la misma manera, la autora denuncia que, en pleno 2019, el 51 % de las familias musulmanas en Estados Unidos reportaron algún tipo de abuso o acoso con motivo de su fe o apariencia física. Profesores, alumnos y demás personal en las instituciones educativas todavía les llaman terroristas, o no quieren formar equipos con los más jóvenes por miedo a que sus familias sean radicales.
Muchos de ellos ni siquiera nacieron en Medio Oriente. Cuando las personas musulmanas reportan este tipo de actitudes racistas, algunas instituciones siguen pasándolas por alto: algunos sencillamente terminan el caso diciendo que ‘realmente ésa no era su intención’. En este sentido, queda claro que Estados Unidos no le llevó la democracia a nadie. Además de sobrepasar la autonomía de cada país para administrarse como mejor le plazca, todavía no es posible al interior del país terminar con estas dinámicas violentas de odio, nacidas de la islamofobia.
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