“La mujer mono. El eslabón perdido. El acto central de espectáculos de adefesios”: así fue la vida accidentada de la afamada Julia Pastrana.
Se encienden las luces de la carpa. Al centro del escenario, una mujer minúscula aparece con una máscara cubriéndole la cara. La audiencia del circo espera. La misma escena se repite en París que en Berlín y Nueva York: están tensos, pero ansiosos de conocerle. Se dirige al centro del lugar para iniciar su acto con presencia. Una vez ahí, revela su rostro con una sonrisa picarona: peluda, morena, con los dientes chuecos y diminuta. Así era Julia Pastrana.
Una mujer carismática

Al encontrarse con el rostro horripilante de la “mujer oso“, siempre había varias reacciones. Había quien reía a carcajadas; otros soltaban alaridos de espanto; algunos más sencillamente consideraban que no era un espectáculo para niños: les parecía obsceno. Sin embargo, Julia Pastrana hizo una fortuna con su fealdad. En lugar de entenderla como una debilidad, fue el sello distintivo de su acto durante años.
Su show se publicitó durante años como si ella fuera la mismísima encarnación del eslabón perdido. En 1854, The New York Times la calificó como el “vínculo entre la humanidad y el orangután”. En pleno siglo XIX, una mujer con senos abultados, morena y con la barba tupida era el pretexto perfecto para llenar una carpa de circo en Europa.
A una edad muy joven, Pastrana tuvo que dejar su hogar en Sinaloa para buscar mejores oportunidades de vida. Fue entonces que conoció al hombre que la convertiría en la estrella de los adefesios: M. Rates, quien orquestó su primera aparición en Estados Unidos. Su espectáculo fue tan aclamado que, un par de años más tarde, Theodor Lent se convertiría en su manager, y la llevaría de gira por todo el continente europeo.
Una condición que impresionó a Charles Darwin

Con el tiempo, pocos teatros fueron dignos del acto de Julia Pastrana. Incluso Charles Darwin, el erudito británico en materia evolutiva, decidió que conocerla en persona le aportaría conocimientos a los que, de otra manera, no podría tener acceso. Cuando finalmente se encontraron, apuntó a los medios una serie de aseveraciones poco aterrizadas:
“Julia Pastrana, una bailarina española, era una mujer extraordinariamente fina, pero tenía una gruesa barba y frente velluda. Fue fotografiada y su piel puesta en exhibición. Pero lo que nos concierne es que tenía en ambas quijadas, superior e inferior, una irregular doble hilera de dientes. Una hilera colocada dentro de la otra, de lo cual el doctor Purland tomó una muestra. Debido al exceso de dientes, su boca se proyectaba y su cara tenía la apariencia de la de un gorila”.
Nada de esto era cierto. Años después, cuando se estudió su caso con más seriedad, se descubrió que padecía de una condición que hoy es fácilmente tratable con láser: hipertricosis, o síndrome del hombre lobo. En realidad, sus capacidades intelectuales estaban intactas, y sólo tenía vello en donde las mujeres generalmente no lo presentan.
La fama y fortuna no le faltaron. Siempre que se presentaba en alguno de los escenarios europeos, ocupaba la primera plana: ¡Julia Pastrana estará en la ciudad! Entre presentaciones, y por la cercanía que guardaban el uno con el otro, tuvo una relación sentimental profunda con Theodor Lent —y eventualmente quedó embarazada.
Un embarazo complicado

Poco antes de quedar encinta, Lent le pidió matrimonio. Era inevitable: así se ahorraría muchos problemas legales, y las cuentas de banco cada vez más robustas de la mujer eran un premio que valía la pena considerar. Cuando concretaron su unión, Lent la obligó a pasar exámenes fisiológicos exhaustivos, y tuvo que cancelar sus presentaciones durante una semana.
La vida ajetreada del espectáculo no le permitió tener un embarazo fácil. Por el contrario, al momento de dar a luz, tuvo tantas complicaciones que perdió la vida. Lent no se hizo cargo de ella. Huyó. Un par de meses más tarde y su cadáver fue encontrado por un par de vaqueros, que la vendieron al mejor postor de algún museo de historia natural.
Fue así como Julia Pastrana comenzó una segunda gira por Europa. Esta vez, póstuma. Su cadáver (y el de su bebé) fue disecado con métodos aplicados a las bestias más temibles en el acervo europeo del momento. París, Milán, Berlín y otras ciudades importantes fueron testigo de la mujer oso en una misma postura, inamovible, casi plástica. Detrás de una caja de vidrio, la mujer recorrió Europa una vez más.
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De vuelta a México
El caso de Julia Pastrana ha causado revuelo en los últimos años. Después de pasar más de un siglo expuesta junto con su hijo en diversos museos de ciencia, en 2013 fue devuelta a Sinaloa. El gobierno mexicano se encargó de darle la sepultura que había querido en su testamento, y finalmente logró regresar a su país de origen para descansar.
Diversas revisiones historiográficas han sido publicadas con respecto a su vida. “La mujer mono” (1964) y “La verdadera historia de la trágica vida y la triunfante muerte de Julia Pastrana, la mujer más fea del mundo” (1998) están entre ellas. Los matices varían en medio de esos dos extremos.
Después de figurar como acto central de diversos espectáculos de rarezas monstruosas, los restos de Julia Pastrana tienen un lugar digno para descansar. Ya no más como un adefesio, o como el objeto de estudio de colecciones anatómicas, sino como una mujer caritativa y talentosa, que forjó una carrera exitosa por su cuenta.
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