A raíz del desenfreno de un conquistador, los hombres abusadores padecen la maldición de Laurinaga en las islas españolas.
Por Mateo Mansilla–Moya
Cuenta la tradición de las Islas Canarias, al sur de España que, desde el siglo XV, se ha extendido un registro de abuso hacia las comunidades que estaban fuera de los márgenes. La leyenda versa sobre lo acontecido en la segunda isla más grande de las “islas afortunadas”, Fuerteventura, en donde estuviera el señorío gobernado por Don Pedro Fernández de Saavedra. Nunca se imaginó que desencadenaría la furia de Laurinaga.
Un conquistador de aventuras frívolas

Por aquellos días –según se narra–, Pedro Fernández, conquistador en el amor, llegó a la isla por sus relaciones con las mujeres guanches. Posteriormente contrajo nupcias con Doña Constanza Sarmiento, con quien procreó catorce hijos, “amén de todos los ilegítimos que sembró en la isla en sus frívolas aventuras” (García de Diego, 1955, P. 525). Años más tarde, uno de los hijos de Doña Constanza, Luis Fernández de Herrera, heredó la actitud de su padre en relación con las mujeres. Además de comportamientos altaneros y petulantes, gustaba de seducir a las mujeres indígenas “que le miraban como a un héroe“.
Una de las mujeres indígenas a quien Luis Fernández quiso conquistar fue a Fernanda, quien había sido bautizada como católica. A pesar de su rechazo expreso a la galantería del joven, ella aceptó una invitación que él le hizo para atender a una cacería organizada por su padre. Estando ahí, Luis conversó con ella hasta alejarla del grupo de cazadores que los acompañaban. La ocasión le facilitó intentar “abrazarla”, a pesar de su rechazo. Fernanda intentó soltarse y a gritos pidió auxilio. Un labrador indígena que estaba cerca intentó socorrerla al momento, mientras Don Pedro, tras escuchar los gritos, emprendió su camino hacia el lugar.
Ofendido por la actitud del campesino indígena, Luis se decidió a matarlo de una puñalada, pero el hombre logró despojarlo del arma. En ese instante, Don Pedro, que iba llegando observando la escena, arrolló con su caballo a quien hubo defendido a la joven Fernanda. En ese instante, el animal cayó muerto.
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Un esqueleto agonizante

Resultó ser que ese campesino indígena era hijo de Laurinaga, una mujer indígena de quien había abusado y con quien Don Pedro había procreado a ese hijo en su juventud. Ella, dolorida, se lo hizo saber. “Luego, elevando los ojos al cielo, como invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave a aquella tierra de Fuerteventura, por ser señorío de aquel caballero Don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias” (García de Diego, 1955, P. 526).
Concluye, entonces, la leyenda sobre esa región poblada de zonas desérticas:
“Dicen que a partir de este momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras vientos ardientes del desierto del Sahara, que se empezaron a quemar flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante que, según la maldición de Laurinaga, acabará por desaparecer.” (García de Diego, 1955, P. 526).
Pareciera que este final no solo pretende explicar la razón de ser de las características geográficas de la isla a la que se alude, sino que también condena la conducta de Don Pedro y de Luis, que abusaban de las mujeres originarias de Laurinaga. A los hombres abusadores se les condena a sus actos a través del castigo al lugar que que se quema en agonizante esqueleto hasta desaparecer.
Fuentes de consulta:
García de Diego, V. (1955). Antología de Leyendas de la Literatura Universal. España: Editorial Labora, S.A. Pp. 525 – 526.
Mateo Mansilla-Moya es Director General de Cardenal Revista Literaria. También es investigador en el INEPPA. Síguelo en @moya_mansilla.
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