Para Joseph Pilates, la flexibilidad era sinónimo de vitalidad. Por eso, durante su encierro como prisionero de la Primera Guerra Mundial, se dedicó a estirarse. Ésta es su historia.
Joseph Pilates tuvo una infancia frágil. Enfermizo, débil y con pocos ánimos para ejercitarse, pasó los primeros años de su vida en confinamiento, desde su casa en Düsseldorf, Alemania. Cuando alcanzó la adolescencia, sin embargo, decidió que era momento de revertir esta historia trágica: quería convertirse en un boxeador profesional.
Para 1912, ya había abandonado su pueblo natal para vivir en el Reino Unido. En los albores de la Primera Guerra Mundial, con los conflictos internacionales en Europa cada vez más tensos, decidió emprender el camino del circo. Toda la flexibilidad que no había tenido en su niñez, la ganó con ejercicios específicos, que diseñó para no lastimarse a sí mismo y hacerse más fuerte.
Pilates no se imaginó que, dos años más tarde, estaría viviendo en la Isla de Man, junto con otros 116 mil prisioneros de guerra. Ésta es su historia.
En contra de la monotonía
El 4 de agosto de 1914, según reporta National Geographic, el Reino Unido había proclamado una “Ley de Restricciones a los Extranjeros“, en la que se identificaba a los alemanes viviendo en el país como ‘extranjeros enemigos’. Como cirquero, llevando una vida casi nomádica, era un candidato fácil para convertirse en prisionero de guerra.
Poco tiempo después, Joseph Pilates se convertiría en uno de los primeros hombres cautivos de la Primera Guerra Mundial en Gran Bretaña. Como él, otros miles de varones de diferentes edades —con escaso dominio del inglés, y notablemente arios—, fueron conducidos al Campo de Internamiento de Knockaloe. Era 1915.
Para evitar caer en el mismo patrón de dolor y enfermedad que había padecido por años, Pilates observó los movimientos de los gatos. Gráciles, elegantes: todo lo que el cuerpo humano podría ser también, pero había perdido, acostumbrado a la vida sedentaria. Para contrarrestar la monotonía de la vida en prisión, prefería pasar las horas muertas estirándose, imitando a los felinos domésticos. Para él, la flexibilidad era sinónimo de vitalidad.
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Un salón lleno

A pesar de las adversidades, Pilates no se resignó a volver a sus años de fragilidad infantil. Por el contrario, aprovechó el tiempo que tendría en confinamiento absoluto —otra vez— para perfeccionar sus métodos de estiramiento y fuerza física. Las máquinas que armó en ese entonces, explica el corresponsal Yosola Olorunshola, bien se asemejaban a las ‘máquinas de tortura medievales’:
“Desde sus estiramientos en el suelo hasta su equipo de acondicionamiento, similar a una máquina (a menudo comparado con los dispositivos de tortura medievales), quizá sea fácil imaginar cómo la experiencia del confinamiento en tiempos de guerra sirvió de inspiración para la tabla de ejercicios que evolucionaron hasta convertirse en Pilates”.
Muy pronto, Joseph Pilates se convirtió en un hombre correoso. A sus compañeros de encierro les llamó tanto la atención, que empezaron a tomar clases de acondicionamiento físico con él. Primero, imitando sus movimientos. Luego, con instrucciones claras de qué hacer y qué no hacer para lastimarse. Los prisioneros hacían fila para aprender.
El método efectivo de Joseph Pilates
El método fue tan efectivo para “estirar los músculos humanos“, explica Olorunshola, que muy pronto sus otros compañeros tenían un cuerpo firme, completamente transformado por el esfuerzo. El campo de confinamiento de la Isla de Man se convirtió muy pronto en el primer salón de ‘pilates’ de la historia.
Años después, una vez que terminó el conflicto internacional, Joseph Pilates ganó fama en todo el mundo por el método tan efectivo que había desarrollado desde el encierro. Había demostrado que sus compañeros “terminaron la guerra en mejor forma que cuando la empezaron“, y que podía practicarse en casi cualquier lugar —con el equipo adecuado.
Incluso a pesar del aburrimiento y el letargo del encierro político, Joseph Pilates activó a sus compañeros de celda. No sólo eso: se convirtió en el consejero de salud del campo en la Isla de Man, y fue asistente médico para aquellos que habían perdido extremidades, o cuya movilidad se había atrofiado en el proceso bélico.
Hoy, no hay gimnasio decente que no ofrezca clases imitando su método. En tiempos de encierro, tal vez valdría la pena empezar a estirarnos como gatos.
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