Con ayuda de la Iglesia, miles de criminales de guerra nazis huyeron a Sudamérica y la mayoría comenzó una nueva vida con otra identidad en Argentina.
El 9 de mayo de 1945, Alemania se rindió incondicionalmente ante los aliados en Berlín, poniendo fin a la Segunda Guerra Mundial en Europa. Se trata de una fecha clave en Rusia, las naciones que pertenecieron a la URSS y otros países occidentales europeos, que año con año conmemoran el llamado ‘Día de la Victoria’ (algunos celebran un día antes) sobre el Tercer Reich.
Sin embargo, meses antes de la liberación de los campos de concentración y el suicidio de Hitler, los altos mandos nazis habían comenzado los preparativos para su derrota. Conscientes del avance de los aliados, sabían la caída de la Wehrmacht (el grueso del ejército, la marina y fuerza aérea nazi) sólo era cuestión de tiempo y que de ser capturados, serían juzgados por sus crímenes de guerra.

De ahí que las rutas de escape de generales, coroneles, oficiales y otros criminales de guerra —que contribuyeron al genocidio directa o indirectamente— fueran delineadas con anticipación, a través de redes de poder que se extendían hasta Latinoamérica y latitudes entonces impensadas.
Conocidas como ratlines, las principales rutas de escape se extendieron desde Alemania hacia tres puntos de salida de Europa: el Mar del Norte, la Península ibérica y la Península itálica, desde donde embarcaban, irónicamente, en busca de una nueva vida lejos de los horrores que protagonizaron.
No obstante, la ruta de las ratas más famosa elegida por más del 90 % de los fugitivos nazis consistía en cruzar los Alpes con destino a Italia, donde recibieron la sorpresiva ayuda de una de las instituciones más poderosas del mundo: la Iglesia Católica.
La ruta del Vaticano

Las pocas investigaciones al respecto y las escasas fuentes documentales demuestran que la Santa Sede jugó un papel clave en el escape de criminales de guerra, a través de la llamada ‘ruta del Vaticano’ o de ‘los monasterios’:
Una vez que cruzaban los Alpes, los nazis recibían asilo en monasterios de la provincia de Trentino-Alto Adigio, en el extremo norte de Italia. Para algunos oficiales del Tercer Reich, los monasterios servían de asilo temporal que podría prolongarse por años, mientras su situación económica mejoraba.
El siguiente paso en la ruta era llegar a Roma. Una vez en la capital italiana, El Vaticano facilitaba una serie de documentos falsos que los acreditaban como refugiados, un requisito para obtener un pasaporte sellado por el Comité Internacional de la Cruz Roja, que abría las puertas de la mayoría de países del mundo a su portador en calidad de exiliado.
La última escala de la ratline más popular entre nazis era Génova, desde donde miles de nazis escaparon hacia Sudamérica, en especial a Brasil, Chile y sobre todo, Argentina. Dos años antes de su rendición, el Tercer Reich ya mantenía relaciones extraoficiales con el gobierno argentino, a través de acuerdos para recibir a prófugos nazis y facilitarles la adopción de una nueva identidad.
El polémico papel de la Iglesia Católica

Si bien existió una Comisión Vaticana de Refugiados que se encargó de acelerar los trámites (y falsificar identidades cuando era necesario) ante la Cruz Roja, no existe registro alguno de un plan a gran escala establecido para salvar a militares y diplomáticos alemanes del triunfo de los aliados. En su lugar, las historias de obispos y sacerdotes que actuaron a favor de refugiados, incluidos criminales de guerra, revelan un modus operandi heterogéneo, con circunstancias específicas que favorecen la hipótesis de que la ayuda a nazis únicamente ocurrió en casos aislados.
Sin embargo, la teoría de que El Vaticano actuó con conocimiento de causa para ‘exportar’ criminales de guerra a Sudamérica con el objetivo de frenar el avance comunista parece razonable desde la óptica de Pío XII, el hombre a cargo de la Iglesia Católica durante la Segunda Guerra Mundial.
Aunque durante su papado (de 1939 a 1958) Pío XII se manifestó públicamente en contra de Hitler, la falta de una postura clara que condenara el Holocausto y el avance del Tercer Reich en el momento más álgido de la guerra sigue siendo motivo de suspicacia. Aunado a su profunda animadversión por el comunismo y una constante preocupación por el avance socialista tras el fin del conflicto armado, algunos historiadores consideran que pudo haber aprovechado el contexto histórico para colocar a los prófugos nazis en sitios estratégicos, que permitieran frenar la aparición de sublevaciones proletarias.
A 76 años de la caída del Tercer Reich, el papel de El Vaticano en las distintas ratlines nazis sigue siendo un tema álgido en la historia moderna de la Iglesia Católica. Lo cierto es que gracias a la rápida gestión de El Vaticano, algunos de los nazis de primera línea que sobrevivieron a la caída del régimen como Adolf Eichmann, cuyo juicio dio la vuelta al mundo; Josef Mengele, tristemente célebre por sus experimentos en campos de concentración; o el torturador Klaus Barbie, lograron escapar a Sudamérica.
Ahora lee:
La historia de la maestra que salvó a 600 niños judíos de los nazis
Alemania inicia juicio contra un exguardia nazi de 100 años por cometer 3,500 asesinatos

