El Templo Mayor se convirtió en una escena de terror: con ríos de sangre y cuerpos desmembrados, Pedro de Alvarado convirtió una celebración mexica en una masacre.
En mayo de 1520, seis meses después de la llegada de los españoles a Tenochtitlan, Hernán Cortés abandonó momentáneamente la capital mexica y partió hacia el Golfo de México con 266 soldados y una sola intención: frenar el avance de Pánfilo de Narváez, enviado por el gobernador de Cuba para castigar la desobediencia de Cortés.
Al mando del resto del ejército (aproximadamente 130 soldados) en Tenochtitlan quedó a cargo Pedro de Alvarado, conquistador que ganó la confianza de Cortés y fue nombrado primer capitán tras unirse a la expedición junto con sus hermanos en 1519.

Y aunque no sea reconocido como un actor clave en la Conquista, Pedro de Alvarado ordenó a las tropas españolas perpetrar uno de los episodios más sangrientos de la Conquista: la Matanza del Templo Mayor.
Historia de una masacre
Con la tensión entre españoles y sus aliados y mexicas en aumento, los últimos días de mayo llegaban con una de las fiestas religiosas más importantes en México-Tenochtitlan: Tóxcatl, una celebración principal dedicada a Tezcatlipoca y sobre todo a Huitzilopochtli con tambores, cantos, bailes y la creación de figuras de amaranto (una planta prohibida por los españoles) que representaban a este última deidad.
El 22 de mayo de 1520, mientras se llevaba a cabo el segundo día de celebración, Pedro de Alvarado dio la orden de bloquear las entradas del templo. El hecho provocó un desconcierto que se transformó en caos minutos después, cuando las tropas españolas entraron armadas y dispuestas a asesinar a músicos, danzantes, nobles y personas comunes que participaban en Tóxcatl, todos desarmados.

La versión respaldada por los conquistadores de la Matanza del Templo Mayor asegura que los mexicas tramaban el asesinato de Alvarado durante la celebración de Tóxcatl; no obstante, los pocos testimonios nahuas (compilados a partir de los colaboradores de fray Bernardino de Sahagún) incluidos en el Códice Florentino explican su propia versión de la masacre:
“…así las cosas mientras se está gozando de la fiesta (…) en ese preciso momento los españoles toman la determinación de matar a la gente. Luego vienen hacia acá, todos vienen en armas de guerra.
Vienen a cerrar las salidas, los pasos, las entradas: la Entrada del Águila, en el palacio menor; la de Acatl iyacapan (Punta de la Caña), la de Tezcacoac (Serpiente de espejos). Y luego que hubieron cerrado, en todas ellas se apostaron: ya nadie pudo salir.
Dispuestas así las cosas, inmediatamente entran al Patio Sagrado para matar a la gente. Van a pie, llevan sus escudos de madera, y algunos los llevan de metal y sus espadas. Inmediatamente cercan a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales: dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Luego lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada.
Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos, con las espadas los hieren. A algunos les acometieron por detrás; inmediatamente cayeron por tierra dispersas sus entrañas. A otros les desgarraron la cabeza: les rebanaron la cabeza, enteramente hecha trizas quedó su cabeza.
Pero a otros les dieron tajos en los hombros: hechos grietas, desgarrados quedaron sus cuerpos. A aquéllos hieren en los muslos, a éstos en las pantorrillas, a los de más allá en pleno abdomen. Todas las entrañas cayeron por tierra Y había algunos que aún en vano corrían: iban arrastrando los intestinos y parecían enredarse los pies en ellos. Anhelosos de ponerse en salvo, no hallaban a donde dirigirse”.
Las referencias prehispánicas son explícitas describiendo el horror de la escena, con restos cercenados, cadáveres pisoteados y un piso cubierto de sangre en medio del caos. Según los Anales de Tlatelolco, la masacre se prolongó durante tres horas y se extendió a los patios y edificios vecinos.
Los relatos nahuas sobre la Matanza también hacen énfasis en que los gobernantes Moctezuma y Itzcuauhtzin pedían piedad a los conquistadores, recalcando el hecho de que si bien se trataba de una sociedad bélica que sometía a los pueblos vecinos a través de su poderío militar, no existió enfrentamiento alguno: el ataque fue directo hacia población desarmada.
Y aunque la versión contada por los conquistadores asegura que la fiesta de Tóxcatl marcaría el inicio de una ofensiva mexica, no existen referencias sobre una posible sublevación para expulsar a los españoles de Tenochtitlan. No obstante, la celebración también pudo fungir como un acto de resistencia que mostraba el poderío del ejército mexica a un grupo reducido de conquistadores.

El hecho de que no exista referencia alguna de la Matanza del Templo Mayor en las Cartas de Relación de Cortés reafirma que el conquistador no sólo condenó la masacre ordenada por Pedro de Alvarado, al tiempo que el grueso de la tropa española no encontró justificación al respecto.
De Puente de Alvarado a Av. México-Tenochtitlan
500 años después de la caída de Tenochitlan (que sucedería a los 15 meses de la Matanza), el Gobierno de la Ciudad de México ha comenzado a quitar las placas y todo señalamiento que hace referencia al nombre que recibe un tramo de 700 metros de la Calzada México-Tacuba, una de las calles del trazado original de la antigua capital mexica: Puente de Alvarado.
La tradición oral cuenta que durante el escape de los españoles en la Noche Triste, el mismo Alvarado salvó su vida valiéndose de una garrocha para saltar una fosa, mientras cientos de españoles caían víctimas de las flechas mexicas. La supuesta gesta del conquistador se hizo de dominio público durante la Colonia y a diferencia del paisaje del poniente de la antigua Tenochtitlan, el nombre de Puente de Alvarado permaneció inmutable durante cinco siglos, hasta ahora.
A decir de las autoridades capitalinas, la antigua avenida no llevará más el nombre del artífice de la masacre de Tóxcatl. En su lugar, los nuevos mosaicos indican que se trata de la Av. México-Tenochtitlan, en un polémico ejercicio de memoria histórica y reivindicación a los pueblos originarios. A 500 años de la caída de Tenochtitlan, los ecos de la Matanza y el rumbo que tomó la Conquista en lo sucesivo siguen reverberando en el presente; al grado de condenar al olvido el apellido del conquistador.
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