En el desierto más árido de la Tierra, el de Atacama, ha florecido la minería, provocando la “fiebre del oro” que ha motivado el surgimiento de leyendas como la del alicanto. De acuerdo con la tradición oral y el imaginario colectivo de esa región minera al norte de Chile, se trata de un ave de extraordinaria belleza. Por Luis Felipe Brice
Según algunos es de gran tamaño y a decir de otros es de talla mediana. En lo que todas las versiones coinciden es en que tiene la cabeza de un cisne, el pico curvo, patas largas y enormes garras. Asimismo, concuerdan en la gran luminosidad de sus ojos centellantes y, sobre todo, en sus extensas alas doradas o plateadas no menos resplandecientes, cuyo color depende de si se alimenta de oro o plata.
Cuenta la leyenda que el alicanto anida en los montes donde existen yacimientos de los preciados metales que son su alimento, y que cuando come de más, su peso puede ser tanto que le impide volar.
Suele resguardarse de día en cavidades, donde pone huevos de oro o plata, y volar de noche, en busca de su fuente de alimentación, iluminando con sus radiantes alas metálicas la oscuridad y dejando a su paso una estela de luz en todo el cielo.
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Guía de cateadores
Es su luminiscencia la que revela a los buscadores de oro y plata (cateadores) que se trata del alicanto quien –suponen– los guiará hasta donde se encuentran estos metales en abundancia o algún tesoro enterrado. Sin embargo, deben ser sigilosos, procurando que no se percate de que lo persiguen, pues no suele estar dispuesto a compartir su alimento, y menos con los más ávidos de conseguir grandes cantidades de oro y plata para satisfacer su ambición.
Cuando el ave advierte que algún avaricioso la sigue, suele esconderse en alguna cavidad o recodo, u opaca el brillo de sus alas hasta oscurecerlas por completo. También puede volar a tal velocidad que se le pierde de vista. Incluso suele conducir a su persecutor deliberadamente por un camino al cabo del cual no hallará veta alguna. Y eso si bien le va, pues es capaz de desorientarlo para que se pierda y no pueda volver a su hogar, pereciendo de hambre y sed en medio del desierto. Más aún, es capaz de enceguecerlo con su fulgor, haciendo que caiga en un precipicio o quede atrapado en una mina y muera.
Se dice que, en tales circunstancias, sólo encomendándose con verdadera devoción a la virgen de Punta Negra será posible encontrar el camino de regreso a casa.
En cambio, ante los pocos cateadores que buscan oro y plata para beneficiar a su prójimo, el alicanto procura hacerse visible para guiarlos al sitio exacto de los yacimientos más ricos e indicarles por dónde volver a sus hogares. Sin embargo, antes de extraer cualquier fragmento de metal, los afortunados deberán esperar a que el ave satisfaga su apetito.
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Del imaginario minero
Acerca de la vigencia del mítico alicanto, la reconocida poetisa atacameña Nélida Baros Fritis refiere que “el imaginario minero está presente en la literatura, escrita por
hombres y mujeres de Atacama, ya sea en el género lírico, narrativo o dramático. Es impresionante descubrir que esa herencia ancestral ha desafiado el tiempo y que la aridez del paisaje, el silencio penitente, el aullido de las aves nocturnas, las leyendas, el vuelo del alicanto induciendo a los hombres al lugar de la riqueza […] han quedado plasmados con fuerza en cuentos y poemas”. Cuentos tan aleccionadores como el titulado Manana y el Alicanto, de la escritora chilena Mariana Acosta.
En su relato, la autora recrea la leyenda de la fabulosa ave a través de la carta escrita por la pequeña Manana a sus amigos, desde Calama, una población minera enclavada en el desierto de Atacama, adonde ha llegado a vivir con su familia. Ahí conoce a Manolo, hijo de un minero con quien entabla una estrecha amistad.
Él le confiesa que se está preparando para ser “cateador de tesoros”, es decir, “un buscador de minas o tesoros ocultos en el desierto”.
Manana le pregunta para qué quiere un tesoro y Manolo le confía que para comprar los materiales necesarios para construir jardines, juegos infantiles y canchas de futbol para los niños de Calama.Así despierta en Manana el interés por también conseguir un tesoro, pero con un fin distinto: que sus padres no tengan que trabajar tanto y puedan darle un hermanito.

Con tales objetivos en mente ambos deciden ir a buscar sus respectivos tesoros o uno para compartir. Para ello, recurren a la piedra cuenta historias, amiga de Manolo, quien los lleva a conocer a “alguien que es perseguido incansablemente por los buscadores de tesoros. Todo buen cateador debe aprender a reconocerlo para saber cómo y dónde se buscan las riquezas ocultas en el desierto”. Se refiere, desde luego, al alicanto. “¡Una de las aves más hermosas que había visto en mi vida!”, describe Manana en su misiva.
Al saber de las buenas intenciones de los dos niños, el alicanto decide ayudarlos, pero no llevándolos hasta donde encuentren oro, plata o algún tesoro, sino regalándoles unas semillas doradas e indicándoles que deberán sembrarlas y “comprometerse a regarlas todos los días con gotitas de esfuerzo”. Tales “gotitas” no serían sino monedas que debían ahorrar, enterrándolas junto a las semillas. Así, al paso del tiempo y gracias a su empeño, reunirían el tesoro para cumplir sus sueños.
En cuanto a la poesía inspirada en Alicanto, he aquí unos versos firmados por la poeta española Merluna, en los que la leyenda queda plasmada en un ejercicio de síntesis lírica:
Alicanto,/ mira sus colores,/ como el dorado trigo,/ turgente y amasado color./ Oh, como la luna plateada/ brilla en los cielos, /a lo lejos./ Y, en su guarida,/ dorados lingotes,/ plateados dones,/ la cueva del alicanto…/ repleta de tesoros./ Y no te ciegues por ellos,/ abandona tu avaricia/ si no te perderás/ y no encontrarás/ el camino de tu vuelta./ Ceguera por el brillo,/ despampanante,/ de sus alas, te cegarán…/ allí mismo, tu egoísmo./ Míralo sin avaricia,/ con disimulo/ y, así,/ conseguirás tributos,/ eso cuenta la leyenda…/ la leyenda del alicanto.
Texto publicado en revista Muy Interesante México | Ed. 01, 2019

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