Para las sociedades tribales de la Edad de Hierro /1200 a. C.) en Irlanda, mejor conocidas como celtas, las hadas constituían una civilización divina cuyos conocimientos del Universo superaban a los del hombre,y su presencia se manifestaba a través del fuego, la tierra, el aire y el agua. Antes de ser retratadas por la literatura medieval como féminas aladas, estos seres eran alabados debido a sus legendarias habilidades en las artes bélicas y de hechicería. Cuando el conjunto de pueblos celtas invadió Escandinavia y otras partes de Europa –cerca del año 1200 a. C.– así como la península Ibérica –hacia el 900 a. C.– el mito del hada se personificó en forma de cuentos anglosajones, germanos y eslavos, por lo que no hay una única clasificación de los entes feéricos (término derivado del francés fée, hada). Sin embargo, algunos filólogos especialistas en literatura anglo-celta sugieren que los atributos de las primeras hadas irlandesas fueron la mayor influencia del mito nórdico de los elfos.
Diosa primordial
Danu, para los celtas, fue la deidad primigenia de la fertilidad y la tierra, pero sobre todo era considerada la madre original de las hadas o de la Tuatha Dé (‘gente de la diosa Danu’).
Entre este linaje de dioses se encontraba la ídolo de guerra Morrigan, de quienes los primeros conquistadores de Irlanda creían descender de manera directa. Tales seres supremos residían en Falias, Gorias, Murias y Finias, ciudades ocultas donde perfeccionaron sus habilidades como herreros, músicos y combatientes. La leyenda celta original cuenta que los invasores milesianos provenientes de Galicia, península Ibérica, reclamaron Irlanda en su nombre, y los hijos de Danu fueron exiliados a los ríos, manantiales y mares del territorio; a partir de entonces se les conoció en las tradiciones orales como la gente hada o Fairy Folk. Por el resto de los tiempos la estirpe de seres habitaría Tír na nÓg o la ‘Tierra de la Eterna Juventud’, de la cual salían a través de portales de luz que se abrían sobre montículos funerarios y plataformas megalíticas. Pese a reinar una estancia inmaterial, los dioses hada recibían tributos por parte de los celtas, como por ejemplo espadas preciosas que eran arrojadas al fondo de lagos sagrados.
Guerreros caídos
Bajo esta tradición, las criaturas feéricas inspiraron leyendas en las que de vez en cuando convivían con los mortales y tenían descendencia con ellos, a la cual heredaban propiedades místicas. Hasta antes de la imposición del cristianismo, entre los siglos VIII y XIII, el culto a las hadas guerreras como Lugh, Dagda y los héroes fenianos –mártires irlandeses en los relatos del mítico Ciclo de Fionn– se practicó en Gaul (en la actualidad parte de Francia y Bélgica), Hispania (península Ibérica) y Britania (Inglaterra). Estos seres mitológicos, a los cuales se atribuían los poderes originales de la casta Tuatha Dé Danann, eran retratados como reyes y cazadores admirables. Con la cristianización de Escandinavia –región de los países más septentrionales de Europa– las hadas fueron reducidas por los misioneros eclesiásticos a un panteón esotérico de deidades menores y ‘diabólicas’.
En tanto los alquimistas medievales y pensadores cabalistas las referían como ‘centros de fuerza’ que adoptaban formas animales, humanas y minerales. Hélène Adeline Guerber señala en su libro The Myths of the Norsemen que el velo heroico del pueblo feérico fue sustituido por una connotación más festiva: era visualizado en escenarios nocturnos de bosques, campos de flores y orillas de ríos mientras sus miembros danzaban en compañía de aves e insectos. Por un lado, la tradición oral inglesa decía que si un mortal era rodeado por uno de esos círculos de baile podía ser bendecido; por el otro, las tradiciones teutónicas –del territorio que hoy pertenece a Alemania– advertían que intervenir en esa celebración conllevaría maldiciones para los humanos, como indica la poeta y cuentista Mary Howitt (1799-1888) en su cuento Master Olof at the Elfin Dance: “si una persona escuchaba las melodías interpretadas en estas tertulias mágicas, comenzaba a bailar involuntariamente hasta que moría de cansancio”.

Hadas, un arquetipo universal
El término hada proviene de Fata, el nombre de las deidades romanas del vaticinio también conocidas como Parcas (Moiras en la mitología griega); se compone del verbo latino fatum –destino– y éste del verbo fari –hablar–. Es decir, la carga etimológica de las hadas siempre las ha ligado a la virtud de la adivinación o a la capacidad de influenciar la historia personal de los humanos. Además, este tipo de féminas con poderes elementales han tenido una significación multicultural en gran número de mitos, ya sea como las musas o figuras anímicas que inspiran a los hombres, o acompañadas de una connotación similar a la de las sirenas y su erotismo. Tal es el caso de las dísir, que en los cuentos nórdicos eran fantasmas femeninos con dotes de adivinación que podían proteger o atormentar a los mortales.
Aunque reciben nombre distintos en cada tradición, las hadas tienen en común la soberanía de los ríos, lagos, mares y bosques; también una imagen juvenil, como las asrai del folclor inglés, espíritus que al ser capturados por un hombre se vuelven un riachuelo de agua y, aunque lucen como doncellas, han vivido cientos de años. Por su parte, en la tradición griega conforman una pléyade de deidades menores, como las ninfas, dríades, nereidas, náyades y oceánidas, hijas del titán Océano. Incluso en la mitología germánico-escandinava, las ondinas y las nix, o sirenas de río, son consideradas como hadas camaleónicas que sólo ganarían un alma si concebían un hijo con un mortal. Muy distintos a los anteriores son los 12 tipos de seres feéricos que en Irlanda han sido asociados a la maldad y la muerte. Por ejemplo, las sheoques, criaturas que secuestran recién nacidos y jóvenes para llevarlos al inframundo; o las merrows, doncellas acuáticas que traen mal clima a los pescadores.
En este sentido, el universo mitológico de las hadas y sus equivalentes constituye una de las herencias culturales más ricas de la antigüedad, pues representa un conjunto sincrético de tradiciones folclóricas, y actualmente se les considera una de las máximas expresiones del animismo o culto a los espíritus de la naturaleza.
Alquimia literaria
Se considera que el ocultista suizo Philippus von Hohenheim (1493-1541), más conocido como Paracelso, popularizó el concepto moderno de las hadas al describirlas en sus tratados de alquimia como sílfides o seres de aire que guardan la ‘esencia química’ de las mujeres. Por su parte, el alquimista y escritor inglés Geoffrey Chaucer (1343-1400) escribió relatos donde aseguraba que Gran Bretaña estaba infestada por estas criaturas desde anes de tiempos de Ávalon, isla mítica del rey Arturo. Pero fue durante el mandato de Isabel I de Inglaterra cuando William Shakespeare (1564-1616) hizo a estos seres parte emblemática del folclor europeo en su obra de teatro Sueño de una noche de verano (1595) con los personajes Oberón y Titania, reyes de las hadas.
Fuente: Muy Interesante: Mitos y leyendas/ julio 2015
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