El origen del basilisco se pierde en el tiempo. De los ojos de esta bestia, descrita como una serpiente y otras veces como un gallo, brota un poderoso veneno que congela el corazón.
Era 1587 cuando en Varsovia, Polonia, dos niñas pequeñas desaparecieron misteriosamente. La madre de una de ellas y su niñera llevaban horas buscándolas hasta que esta última se asomó al viejo sótano en ruinas. Ahí estaban ambas tendidas boca abajo. Pensando que algo malo les había ocurrido, la niñera bajó por ellas; pero justo cuando se acercó, cayó muerta. Asustada la madre, que esperaba arriba, corrió al pueblo a contar lo sucedido.
El rumor se extendió con rapidez: un basilisco estaba escondido en aquella casa. Ninguna otra fiera era capaz de matar tan rápido. Se pensaba que, al igual que la mirada de la gorgona Medusa, los ojos del basilisco y su aliento envenenado eran letales. Con mucho cuidado, y con la ayuda de ganchos de hierro, los tres cuerpos fueron sacados del agujero. Al revisarlos no quedó duda: su muerte había sido causada por el veneno de un basilisco. Los ojos se salían de sus órbitas y su piel estaba pálida e hinchada. Ante el peligro que significaba la bestia, el concejo decidió enviar a Johann Faurer, un convicto silesiano condenado a pena máxima por robo, a matarla. De conseguirlo, recibiría el indulto.
Se sabe que el mejor modo para deshacerse de un basilisco es mostrándole su propio reflejo –otros dicen que sólo una mangosta o el canto del gallo pueden vencerlo–, así que para protegerse Faurer fue ataviado con ropas negras de cuero recubiertas de espejos. Las crónicas de la época relatan que más de dos mil personas se reunieron para presenciar la caza del basilisco. Luego de una hora sin que Faurer diera señales de vida, de pronto salió del sótano, con la bestia sostenida por el cuello. Temerosos de ser asfixiados por el veneno, todo mundo echó a correr y sólo un viejo y sabio concejal se acercó a examinar a la criatura. El monstruo tenía piel verrugosa y escamosa, cabeza de gallo, ojos de sapo y cresta como una corona.

Antigua plaga
No se sabe qué fue de ese basilisco, sin embargo su aparición no es la única conocida a lo largo de la historia. Casi 150 años después otro de ellos fue visto en la localidad de Renwick, en el norte de Inglaterra, cuando durante la restauración de la iglesia del pueblo emergió de entre los cimientos. A diferencia del de Varsovia, éste era mitad gallo mitad reptil, con alas de murciélago. Se dice que comenzó a volar en círculos y a perseguir a la gente. Ante la situación, un tal John Tallantire tomó una vara de serbal (árbol conocido por sus propiedades mágicas) y luchó contra él. Pese a que el hombre casi muere, logró vencerlo y como recompensa fue exonerado de pagar de por vida sus cuotas parroquiales. Un monstruo más desató una plaga en Roma, cerca del Templo de Santa Lucía, a comienzos del siglo IX; incluso el mismo Alejandro Magno (356-323 a. C.) tuvo que habérselas con otro durante su conquista de India. Dado que aniquilaba a sus soldados, el macedonio mandó a pulir un escudo hasta dejarlo como un espejo, con el cual acabó con la fiera.
El basilisco fue una de las criaturas más populares del medievo. No sólo podía matar con la mirada, también se pensaba que su veneno era tan poderoso que su sola presencia acababa en segundos con todo ser vivo, planta o animal a varios metros a la redonda. Si algún valiente caballero se atrevía amatarlo con su lanza, se envenenaba dado que la ponzoña subía hasta él. Para salvar la vida la única opción era cortar el brazo de inmediato. También se decía que cuando se veía el reflejo del basilisco, la víctima era convertida en piedra. Eran pocas las opciones para sobrevivir a tan fatídico encuentro, por eso durante los viajes por el desierto se recomendaba llevar una mangosta pues era el único animal capaz de hacerle frente, aunque en el combate ambos morían.
De serpiente a gallina
Uno de los documentos más antiguos en el que se menciona a esta temida bestia es la Historia natural escrita por el erudito romano Plinio el Viejo (23-79), no obstante quizá su leyenda sea mucho más remota. Según Plinio, el basilisco era originario del norte de África (se identificaba como su morada la región de Cirene, actual Libia), tenía forma de serpiente, no medía más de 30 centímetros de largo y llevaba en la cabeza una marca semejante a una diadema. Las demás serpientes ponzoñosas huían al escuchar su silbido y, a diferencia de otros ofidios, andaba erguido y majestuoso; de ahí su nombre, el cual proviene del griego basilískos y significa ‘pequeño rey’, es decir, el ‘soberano de las serpientes’.
Sin embargo a inicios de la Edad Media el mito originario de Grecia se dispersaría por toda Europa, y con ello, la fisonomía del espécimen sufriría una fuerte modificación. La principal razón fue su continua aparición en los bestiarios medievales, compendios en que se describían todo tipo de seres, tanto reales como fantásticos. Diversos autores se interesaron en descifrar los misterios de la criatura, alterando, versión tras versión, el retrato original. De este modo tal vez el basilisco se unió a otras criaturas como el ‘catoblepas’, un ser mítico de Etiopía con forma de búfalo y cabeza de cerdo que mataba con la mirada, o la ‘cocatriz’, un gallo con cola de lagarto y alas. La razón de que esta última terminara por fusionarse al mito del basilisco puede deberse a que se creía que el nacimiento de ambos era muy similar.
Uno de los primeros en referirse a ello fue el monje benedictino Beda el Venerable (672-735), seguido por el Bestiario de Pierre de Beauvais que data de 1206. De acuerdo con este último, el basilisco nacía de un huevo de gallina incubado por un sapo. En cambio, la cocatriz o ‘cocatrice’ se generaba a partir de un huevo de sapo o serpiente empollado por un gallo. Al final decenas de casos en los que a gallos o gallinas viejas se les sorprendía cuidando de huevos fueron tomados como intentos de gestación de basiliscos. Los animales eran sentenciados, y por lo general quemados o degollados.

Collage fantástico
Fue a raíz de esta creencia que relacionó al basilisco con los gallos, que las historias sobre el animal mítico comenzaron a extenderse por toda Europa. También en el arte, tanto en el profano –por ejemplo las heráldicas de algunas familias– como en el sacro –al formar parte de las decoraciones de muchas iglesias–, la imagen del basilisco mitad ave mitad serpiente se hizo común. Pese a los exhaustivos estudios que se hicieron en torno a este ser, la creencia en él se mantuvo en el pensamiento popular y de los naturalistas hasta bien entrado el siglo XVII. Uno de los primeros en cuestionar su existencia fue el intelectual francés Jean Bodin (1529/30-1596), lo que provocó gran polémica entre sus contemporáneos, para quienes la mejor prueba era la enorme documentación que existía en torno al monstruo. Los casos de huevos empollados por gallos y la aparición de huevos de gallina que al ser cascados mostraban pequeñas serpientes ayudaron a que la leyenda se mantuviera. Pero sucedió que en estos siete siglos que duró el reinado del basilisco ninguno pudo ser capturado, por lo que la creencia sucumbió ante el cada vez mayor conocimiento del mundo natural. Aun así, en 1838 un gallo irlandés fue juzgado luego de ser sorprendido poniendo varios huevos.
El médico y escritor Jan Bondeson asegura, en su libro The Feejee Mermaid and Other Essays in Natural and Unnatural History, que el basilisco y su leyenda fueron creados por los viajeros griegos y romanos para explicar la existencia de los desiertos del norte de África. Los basiliscos eran los causantes de que no hubiera vegetación y fuera un lugar tan desolado. El basilisco de Plinio es una amalgama entre los rumores que por aquel entonces corrían sobre las cobras de la India y una serpiente del desierto de África llamada Lytorhynchus diadema, la cual tiene una ‘diadema’ blanca sobre su cabeza y mide unos 15 cm de largo. Esto también explicaría por qué la mangosta era la peor enemiga del basilisco, pues este pequeño mamífero es uno de los pocos capaces de vencer a una cobra. Finalmente el mito del basilisco, tal como su intrincada fisonomía, es un collage de creencias e inspiraciones que lograron cautivar durante siglos a la imaginación del hombre.
Polvos de basilisco
Pese al miedo que causaba esta bestia, durante la Edad Media fue popular el comercio de supuesto polvos de basilisco; se creía que tenían propiedades mágicas y curativas. Se decía que estaban hechos con los cadáveres molidos de estos seres y servían para transformar el cobre en ‘oro español’ por medio de la alquimia. Varios reyes pagaron fuertes sumas de dinero con tal de tener un espécimen para sus colecciones privadas, o para conseguir medicamentos y ungüentos elaborados con ellos. Hacerse de una criatura de éstas era peligroso, por lo que había que ‘sembrarlas’.
Para eso, gallos ancianos y huevos de sapos eran introducidos en cavernas. Luego de un tiempo los huevos que permanecían eran enterrados en vasijas con una gran cantidad de pequeños agujeros, en las que deberían desarrollarse los basiliscos. Cuando se creía que llegaban a la edad adulta, éstas se ponían al fuego hasta que sólo quedaban cenizas.

Fuente: Muy Interesante: Mitos y leyendas/ julio 2015

