Pocos enemigos tuvieron tanta fama entre los antiguos griegos como la nación de mujeres amazonas, adiestradas en las artes de la guerra y la caza.
El Partenón, consagrado a la diosa Atenea, fue en su momento el edificio más importante del Estado griego. Construido entre los años 447 y 432 a. C., estaba decorado por una serie de metopas o retablos de piedra con pasajes de la mitología helénica, como las peleas contra los centauros o la guerra de Troya. Pero los combatientes presentados en la fachada oeste difieren notablemente de los demás; no son hombres, o dioses, sino mujeres cuya ferocidad en la lucha las inmortalizó: las amazonas.
Hijas de la guerra
La existencia de una nación compuesta exclusivamente por mujeres fue un tema que acaparó el interés de los antiguos griegos. Prueba de ello son los mencionados altorrelieves del Partenón. Sin embargo, la visión que de ellas tenían los habitantes del mundo clásico era muy diferente de la que hoy impera en la cultura popular. La actual es producto de la reinterpretación del mito que durante la década de 1940 hizo el psicólogo estadounidense William M. Marston (1893-1947), creador de la superheroína Wonder Woman, mejor conocida en Latinoamérica como la Mujer Maravilla. De esta forma tiene lugar una mutación y “aquella raza de míticas guerreras que tanto odio y admiración causaron, vuelven a la vida como correctas discípulas de Atenea, erigiéndose en salvadoras del mundo moderno”, comenta la doctora en Historia Antigua Eva María Sanjuán Iglesias, en su texto De amazonas míticas a Wonder Woman. La evolución de un mito (2006).
En cambio, en la cosmogonía griega éstas son hijas de Ares, dios de la guerra, bajo cuya tutela conquistaban territorios y liquidaban a cualquiera que se cruzara en su camino. Una de las referencias más antiguas con las que contamos acerca de ellas aparece en la Ilíada de Homero –escrita durante el siglo VIII a. C.–; el cronista griego las denomina antiáneira, las ‘hembras viriles’, y da testimonio de su belleza y valor al luchar junto a los troyanos durante el asedio griego en la famosa Guerra de Troya.
Vírgenes brutales
Además de Ares, las amazonas también rendían culto a Artemisa, la diosa virgen de la caza. A ella deben su excelencia como arqueras y cazadoras, trabajo que junto con la guerra constituyó una de sus principales actividades ordinarias. Para ello eran aleccionadas desde jóvenes en el manejo de armas como el arco y la flecha, la pelea cuerpo a cuerpo y la equitación. Hay quienes señalan que se mutilaban el seno derecho con el fin de evitar que les estorbara al momento de tensar el arco. De ahí vendría el término amázones, palabra compuesta por el prefijo griego a- ‘sin’ o ‘carente de’ y zona, ‘pecho’; sin embargo, en el arte siempre son representadas con un busto normal, por lo que esta etimología parece descartada. Por otro lado, su extraordinaria capacidad como jinetes es visible en las metopas referentes a la ‘amazonomaquia’ en el Partenón, donde abaten a los combatientes griegos cuando van a caballo, pero son sometidas en caso de enfrentamientos frontales. Pese a ello eran consideradas entre los oponentes más temibles, a las cuales héroes tan importantes como Belerofonte, Heracles, Aquiles o Teseo tuvieron que enfrentar y derrotar no sin grandes esfuerzos.
Sin miramientos guerreaban contra los ejércitos de sus vecinos. Pocas veces dejaban sobrevivientes: la mayoría eran muertos en batalla o hechos prisioneros. Pero al menos una vez al año los capturados eran utilizados con propósitos reproductivos. Entonces yacían junto a las féminas, y una vez fecundadas éstas asesinaban a sus fugaces amantes, cuyo único propósito, a su parecer, había sido cumplido. En la sociedad amazónica ningún hombre tenía derechos o participaba como ciudadano. Los que llegaban a coexistir con ellas eran mutilados o cegados para evitar que representaran algún peligro, y servían como criados.
En general las amazonas preferían permanecer vírgenes siguiendo el ejemplo de la diosa Artemisa. Pero como era necesario que perpetuaran su linaje, tras el rito de procreación sólo las mujeres recién nacidas eran arropadas dentro de la comunidad. A los infantes varones, por el contrario, se les suprimía o abandonaba a su suerte.
Amazonas: grandes reinas
Durante buena parte de la Antigüedad se creyó en la existencia histórica de este pueblo. Se pensaba que habitaban en una apartada región de Asia y su capital era Temiscira, aunque la ubicación exacta es incierta. Incluso se llegó a concebidos tipos de clanes amazónicos: las de Oriente y las que residían en África, comandadas por la reina Mirina. Estas últimas, según el historiador romano Diodoro de Sicilia (siglo I a. C.), a diferencia de sus hermanas, compartían su vida con hombres; sin embargo, ellas se encargaban de los asuntos del Estado y ellos de cuidar a los infantes y de las labores domésticas. Mirina conquistaría con sus más de 20 mil amazonas el territorio de los Atlantes y derrotaría a las gorgonas, pero fallecería a manos del rey Mopso.
Otra regente amazona que logró gran notoriedad fue Hipólita, cuyo preciado cinturón obsequio de su padre Ares fue objeto de deseo del rey Euristeo, convirtiéndose en la novena tarea impuesta a Heracles durante la saga de los 12 trabajos. Una versión de la leyenda asegura que el cinturón simbolizaba el poder de Hipólita sobre su pueblo, sin embargo ella cayó rendida de amor ante Heracles y accedió a entregárselo. En otra versión, la diosa Hera dificultó las cosas y provocó una terrible batalla entre los guerreros y las amazonas, cuyo desenlace es la muerte de Hipólita a manos del semidiós Heracles, quien obtiene el cinturón.
En otra más, Hipólita se rehúsa a dárselo, pero al ver que los griegos raptan a su hermana Melanipa, lo cede. También se dice que Teseo, el mítico rey de Atenas, quien formara parte de la expedición, queda prendado de la hermosura de una de las muje- res y, aprovechándose de la confusión, la secuestra. Al darse cuenta, sus hermanas viajan hasta Atenas para recuperarla pero fracasan.
Tragedia griega
Dependiendo de la fuente, la amazona raptada suele ser Antíope, quien muere para evitar verse sometida a los griegos; o la misma reina Hipólita, que se casa con su captor. Al final, pese a que la orgullosa amazona accede a adoptar su rol de mujer y da un hijo a Teseo, éste la abandona por una esposa griega. Es entonces cuando su sed de guerra resurge y decide matarlos a ambos, aunque al final es derrotada.
Similar desenlace le esperaría a la bella Pentesilea, quien en la Ilíada combate a los griegos de manera formidable hasta que se enfrenta al héroe Aquiles, quien la hiere mortalmente. Una vez más la figura de la fiera e indomable es acabada por la fuerza del guerrero griego. Pero en esta ocasión su venganza llega cuando Aquiles ve su rostro moribundo y queda completamente enamorado de la belleza de su cadáver.
Para los griegos, vencer a una amazona era demostrar superioridad. Ellas, regidas por mujeres, representaban lo contrario de la sociedad ateniense, gobernada desde el patriarcado. Eran vistas como salvajes que ignoraban el principio de que los hombres fueran guerreros y las mujeres madres de varones. Así, a diferencia de las sumisas mujeres griegas, la amazona se niega a casarse y aceptar al hombre, y por tanto corrompe el equilibrio de la sociedad. Es posible que por romper ese orden causaran tanto impacto entre los griegos, y por ello éstos utilizaran su figura en diversas ocasiones.
Valeria Riedemann, licenciada en Historia del Arte de la Universidad de Chile, señala que es posible que este mito tuviera más de un significado en el periodo clásico. Uno de ellos es el de la segunda invasión persa (480-479 a. C.). Para los griegos sus oponentes eran cobardes pues montaban a caballo y usaban el arco, por lo que desde su perspectiva fueron ridiculizados al ser representados bajo esta forma. Así, a través de este mito, serían recordados para siempre.
Imagen de portada: ThE STATE RUSSIAN MUSEUM, LENINGRAD
Fuente: Muy Interesante: Mitos y leyendas/ julio 2015