Desde la antigüedad, los humanos han tenido curiosidad por el mundo onírico. Los dioses, por medio de un sueño, hicieron saber a Alcione que su amado esposo Ceix había muerto. Esa noche Morfeo voló a través de la niebla sin que sus alas hicieran el menor ruido y tomó la forma lívida y contrita del ahogado. Con los ojos bañados en lágrimas y el cabello mojado, se internó en la mente de la viuda y le contó, haciéndose pasar por Ceix, cómo había fallecido, amándola en todo momento. En su desesperación ella intentó tocarlo, mas fue en vano; cuando despertó, estaba sola.
Desde la antigüedad los sueños y su contenido han sido objeto de estudio e interés para las diversas culturas. El mitólogo español Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) menciona en su Diccionario de símbolos (1958) que estas visiones eran consideradas una vía por medio de la cual los dioses comunicaban a los mortales sus designios, o les revelaban ‘verdades ocultas’ que hacían referencia al destino. Uno de los ejemplos más vetustos puede encontrarse en la Epopeya de Gilgamesh, cuya versión más completa data del siglo VII a. C. En este texto sumerio el futuro les es revelado a los héroes –Gilgamesh y Enkidu– mientras duermen. Incluso Enkidu se entera así de su propia muerte. También en las tradiciones egipcia, griega, romana, china y judeocristiana, el sueño era el lenguaje divino que debía interpretarse de modo correcto. En todas estas culturas los oráculos y los sueños premonitorios adquirieron gran importancia y en no pocos casos fueron un elemento crucial en la toma de decisiones.
Onírico es un adjetivo que hace referencia a los sueños o a las fantasías.
Hacedores de sueños
Ante la importancia que se le daba al mundo onírico, resulta evidente que los dioses y seres relacionados con él gozaban también de un alto estatus. Los hacedores de sueños, quienes se encargaban de llevar el descanso al final de la jornada, aparecen en casi todas las mitologías.
De entre estos seres, el ser onírico más conocido es Morfeo, de la mitología grecorromana. Su nombre proviene del griego antiguo ‘morphê’, que significa ‘forma’, puesto que tenía la facultad de cambiar su apariencia a placer para entrar en los sueños de los mortales, a quienes dormía al tocarlos con el tallo de una amapola. Él es uno de los más de mil oniros –‘oneiroi’ en griego–, las personificaciones de los sueños que, según el poeta romano Ovidio (43 a. C.-17 d. C.), el dios Hipnos (el sueño) engendró para proporcionar el descanso a hombres y dioses.
Morfeo junto con sus hermanos Fobetor (también llamado Iquelo, la encarnación de las pesadillas) y Fantaso (encargado de las imágenes ficticias y fantásticas) representaban la élite de los oniros y como tales sólo se exhibían en los sueños de los reyes. Ellos vivían a orillas del océano al interior de una cueva en Érebo, la tierra de la oscuridad, y desde ahí podían mandar dos tipos de sueños: los verdaderos o valiosos, y los engañosos o sin significado. Los primeros salían por una puerta hecha de cuernos de varios animales y daban revelaciones sobre el futuro, en tanto que los segundos, expelidos por una puerta de marfil, podían desorientar o causar la perdición.
Mundo onírico
En el mito griego el dios del sueño Hipnos tiene un hermano gemelo, Tánatos, la muerte. Ellos son hijos de Nix, la diosa primigenia de la noche. El profesor de Historia Antigua en la Universidad de Santiago de Compostela, España, José Carlos Bermejo, hace en su libro Grecia arcaica (1996) hincapié en la asociación que se hacía de la muerte y el sueño debido a la semejanza de ambos estados caracterizados por el declive de las funciones corporales (aunque uno es abrupto y terminante, en tanto que el otro es pasajero). De tal forma, continúa Bermejo, “todos estos seres (Nix, Hipnos, y los hijos de éste) están directamente asociados a la muerte y hasta comparten con ella las mismas propiedades”.
La relación entre la muerte y el sueño, el llamado ‘sopor eterno’, es una idea remota presente en la mitología onírica y da lugar al temor, por parte del durmiente, de no volver a despertar, como ocurre en el mito de Endimión, el amante de Selene, la Luna, quien se sume en un sueño sin fin, ajeno a la vez a la vida y a la muerte. Es por esta incertidumbre sobre si volverán de su viaje al mundo onírico, que los hombres han buscado la protección de las deidades antes de entrar en él. En las tradiciones judeocristianas, por ejemplo, los niños se encomiendan a los ángeles para que velen sobre su lecho. Para los mexicas las deidades protectoras del letargo eran los yohualtecuhtli, los nueve dioses de la noche a quienes se les pedía tener un buen sueño, o que protegieran el dormir de los niños. En tanto, los egipcios dejaban el cuidado de los durmientes a Bes, el también protector de las madres y parturientas, cuyo culto fue sumamente popular entre 1550 y 1070 a. C. Pese a que su fisonomía no era muy amigable, amuletos o estatuillas con su figura eran colocados encima de los lechos con el fin de que ahuyentaran a los malos espíritus que podrían perturbar el sueño de sus ocupantes. En Asia se halla Baku, el devorador de sueños y pesadillas a quien se le llama para que, con su gran forma de tapirelefante, se coma a los sueños.
Noche en vela
Morfeo y su estirpe también se encargaban de enviar malos sueños a los humanos cuando éstos encendían la ira de los dioses. Entonces entraban en lo más hondo de sus mentes y utilizaban sus miedos para torturarlos. Sin embargo no eran los únicos capaces de causar pesadillas, esos sueños desagradables que causan sentimientos de terror, angustia y ansiedad en el durmiente. La experta en lengua y literatura angloamericanas Giuseppina Sechi Mestica, en su Diccionario de mitología universal, (1998), afirma que en casi todas las culturas pueden encontrarse seres que se adentran en las casas y atormentan a sus habitantes con terribles ensoñaciones.
Entre los romanos y durante toda la Edad Media estos demonios recibieron el nombre de íncubos –del latín incubare que alude a ‘acostarse’–, los cuales se subían al pecho de su víctima –generalmente una mujer– para manipular sus sueños e inmovilizarla.
Se dice que se servían de ellas para copular y absorbían su energía vital. El femenino de estos seres son las súcubos, demonios entre las que se cuenta Lilith, de las tradiciones hebreas. Ellas seducían a los hombres mientras dormían, y si tenían oportunidad estrangulaban a los niños en sus camas. El equivalente griego de estos seres son los hifialtes, espíritus que podían adoptar la forma de humanos para introducirse en el sueño de alguien y abrumarlo.
La criatura de pesadilla originaria de las tradiciones germanas es conocida como Alp, una especie de elfo nocturno que comparte características con los íncubos pues también se sienta sobre el pecho de las personas. Su contraparte femenina es la Drude, una anciana mujer que por las noches se mete en las casas a través de las aberturas en paredes o cerraduras. Ella es capaz de cambiar de forma y vaga por los cuartos hasta que encuentra a alguien dormido para sentarse sobre él. Así, resulta visible que, de la misma manera que el sueño ha fascinado al hombre, las pesadillas también ostentan un significativo lugar.
Si bien hoy se sabe que los sueños en lugar de ser insertados en la mente por seres fantásticos proceden de lo más hondo de nosotros mismos, del inconsciente, eso no les quita que tanto ellos, como los mitos que dieron origen a los seres oníricos, deriven de la imaginación. El psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961) se muestra, al igual que su mentor Sigmund Freud (1856-1939), fascinado por conocer la influencia que el ‘fenómeno onírico’ ha ejercido sobre la humanidad y cómo forjó la comprensión del mundo. Así, para Jung el sueño y la pesadilla revelan lo que se halla oculto en el inconsciente personal, mientras que dioses y demás seres lo hacen a nivel colectivo.
Sueños pesados
Es significativo cómo la mayoría de los seres relacionados con las pesadillas tienen en común la costumbre de sentarse en el pecho de la víctima. Esto se debe a que en un principio fueron concebidos para explicar una parasomnia relativamente extendida (se presenta al menos una vez en la vida en la mitad de la población) denominada ‘parálisis del sueño’, que se caracteriza por la incapacidad de moverse o hablar. De acuerdo con los expertos, esta sensación se produce cuando el individuo se halla en la transición entre el sueño REM –en el cual se producen las ensoñaciones y una hipotonía o parálisis generalizada– y la vigilia. Entonces, el paciente está mentalmente despierto pero el cuerpo sigue bajo los efectos del sueño REM.
Decir, por ejemplo, “un paisaje onírico” es sostener que ese paisaje que vemos nos recuerda imágenes de nuestros sueños
Muy Interesante, edición 9, 2012.