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Todas las vías respiratorias se mantienen húmedas por la capa de moco que reviste su superficie. Este líquido transparente, segregado por las células calciformes y las glándulas submucosas, atrapa y arrastra consigo los microbios, el polen y otras partículas extrañas del aire inspirado.
Cuando la mucosa se irrita o inflama, un ejército de células inmunes acude presto al lugar para hacer frente a los agentes infecciosos que intentan colarse en el organismo. Los cadáveres de uno y otro bando, junto al tejido necrosado, alteran la viscosidad de los mocos y hacen que éstos se tornen amarillos o amarillo-verdosos.

