La evolución es un hecho científico y para comprobarlo, basta con que prestes atención a estas partes de tu cuerpo.
La maquinaria de la evolución es un proceso de cientos de miles de años que da forma a los organismos a través de mutaciones, la selección natural, la deriva genética y otros mecanismos que han creado a todas las especies vivas que conocemos hasta ahora.
No sólo eso: desde el ancestro común que compartimos con cada ser vivo de la Tierra y hasta los homínidos que son línea directa de nuestros antepasados, el ser humano también es producto de la evolución y algunas señales de nuestro cuerpo son una evidencia de ello:

Muelas del juicio
El cambio en la dieta humana ha sido uno de los factores evolutivos más decisivos en nuestra especie.
Con la expansión de la humanidad a todo el mundo y los hábitos alimentarios omnívoros que involucran una variedad de cereales, carnes, frutos y verduras, en el pasado nuestros dientes y mandíbula debían ser lo suficientemente potentes para triturar cualquier alimento.
Sin embargo, desde hace miles de años nuestra dieta se basa en alimentos suaves y cocinados, por lo que los terceros molares son cada vez menos comunes y desaparecerán con el tiempo.

Músculos auriculares
Aunque la audición es un sentido esencial en el desarrollo humano, en la actualidad identificar de dónde proviene exactamente un sonido no es una cuestión de vida o muerte, como ocurría en el pasado:
La mayoría de mamíferos que poseen músculos auriculares mueven la pinna (la parte exterior y visible del oído) para detectar la ubicación precisa de un sonido y saber, por ejemplo, si se aproxima un depredador o dónde se ubica su próxima presa. En el caso de los humanos, dirigir nuestras orejas ya no resulta útil y por lo tanto, pocas personas conservan su capacidad de mover estos músculos, pero la mayoría somos incapaces de hacerlo.
El palmar largo
Antes de caminar erguidos, la subsistencia de nuestros ancestros comunes dependía de su habilidad para andar en los árboles. Las condiciones de los primeros homínidos que se desplazaba por tierra provocaron la pérdida de fuerza en los brazos o que la columna vertebral fuera cada vez más erecta y también algunas capacidades necesarias para sujetarse de las ramas.
El mejor ejemplo de lo anterior es el palmaris longus, un músculo que va del codo hasta la muñeca y aportaba fuerza, agarre y precisión; sin embargo, en nuestra especie es cada vez menos utilizado durante la vida cotidiana.
El palmar largo ha desaparecido en cerca del 15 % de los seres humanos y para comprobar si aún lo tienes, debes colocar tu mano con la palma hacia arriba y unir tu dedo pulgar con el meñique. Si posees el palmar largo, debería aparecer como una protuberancia a un costado de los tendones.

El coxis
La cola de los mamíferos, reptiles y otros animales tiene distintas funciones: algunos la utilizan para comunicarse eficientemente, mientras en otras especies es necesaria para mantener el equilibrio y la ubicación espacio-temporal y otros más, como un mecanismo de defensa o de agarre.
En el caso de los humanos, el coxis define el final de la columna vertebral y es un vestigio de lo que en nuestros antepasados remotos fue el nacimiento de una cola.
Esta característica de la evolución se mantiene aún presente en el periodo embrionario, cuando alrededor de la sexta semana de gestación se forma una cola con vértebras que desaparece tras un par de semanas para darle forma al coxis.

Tercer párpado
Además de los párpados que forman parte de la piel y rodean al ojo, algunos animales como los halcones, camellos y distintas especies de reptiles poseen una membrana nictitante, es decir, un ‘tercer párpado’ más delgado que forma parte de la estructura del ojo y abre y cierra horizontalmente.
En el reino animal, esta membrana funciona para proteger el ojo de partículas finas como la arena, del agua (como en el caso de los tiburones) o del aire, como ocurre con las aves de presa que caen en picada a una gran velocidad. Esta mucosa permite a los animales seguir observando con un grado menor de nitidez a cambio de protección.
En los humanos, nuestros párpados se limitan al inferior y superior; sin embargo, mantenemos un vestigio de la membrana nictitante en un pequeño pliegue conocido como plica semilunaris y ubicado en la conjuntiva interna de cada ojo, que mantiene hidratado el globo ocular, pero no tiene una utilidad como en el caso de los animales.
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