Sin saberlo, cada vez más personas están condicionando su estabilidad emocional a la cantidad de horas en pantalla que acumulan.
La pandemia por COVID-19 enfatizó una dependencia que la humanidad ya cargaba a cuestas. A raíz de las medidas de sana distancia, las dinámicas laborales, sociales y académicas tuvieron que trasladarse a la virtualidad. En consecuencia, las horas en pantalla se acumulan durante el día se elevaron considerablemente.
A más de año y medio de comenzada la crisis sanitaria, cuando los estragos neurológicos y cognitivos que el virus deja a su paso apenas están manifestándose, resulta ser que el contacto excesivo con las pantallas está impactando negativamente a las personas. Además de deformar nuestro sentido de empatía, parece ser que está ralentizando algunos procesos cognitivos e incidiendo en la estabilidad emocional de las personas. Esto es lo que sabemos.
Consecuencias sociales, cognitivas y emocionales

Las consecuencias físicas aparecen como los primeros síntomas. Cuando se acumulan demasiadas horas en pantalla, un malestar discreto en los ojos se manifiesta. Le sigue un dolor constante —y al inicio, sutil— de cabeza. Luego empeora. De acuerdo con un estudio conducido por Harvard, eventualmente los estragos cognitivos y neurológicos se hacen cada vez más presentes.
El pediatra Michael Rich, director del Centro de Medios y Salud Infantil del Boston Children’s Hospital, tenía la intención de reducir el impacto y ayudar a los padres de familia a mitigar estas consecuencias en las generaciones más jóvenes. Como líder del esfuerzo de investigación, el experto destacó lo siguiente:
“No es cuánto tiempo estamos usando pantallas lo que realmente importa; es cómo los estamos usando y qué está sucediendo en nuestros cerebros en respuesta ”, explica Rich, profesor asociado de pediatría en HMS y profesor asociado de ciencias sociales y del comportamiento en Harvard.
Aunque el cerebro humano está diseñado para crear redes neuronales cada vez más amplias, el contacto excesivo con las plataformas digitales están obstruyendo este proceso. Esto es así porque, según los resultados obtenidos por Rich, la interacción con el mundo virtual resulta en una estimulación “empobrecida” del sistema nervioso en comparación con la realidad.
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Vacío emocional

Aunque el estrato neurológico ya está siendo afectado por la acumulación de horas en pantalla, el problema no se detiene ahí. Por el contrario, a nivel emocional, la interacción constante con la virtualidad también tiene impactos negativos, cada vez más incrustados en la vida diaria de las personas.
En la actualidad, a partir de un reportaje de The Wall Street Journal, se sabe que Instagram genera dismorfia en las adolescentes. Según un reporte reciente que se filtró de Facebook, los niveles de oxitocina principalmente en mujeres jóvenes está cambiando según el número de seguidores e interacciones que consiguen en sus publicaciones.
No sólo eso: la necesidad de retroalimentación instantánea —y aparentemente infinita— está provocando ansiedad en las personas. Al punto que, según el estudio, los incapacita a nivel social. En lugar de enfrentarse a los retos de la vida real, cada vez más personas prefieren relacionarse a distancia.
En consecuencia, los jóvenes se sienten más solos, y condicionan —sin saberlo— su estabilidad emocional a la numeralia que les arrojan sus perfiles en redes sociales. Por ello, “pasar demasiado tiempo en el mundo virtual de las pantallas también puede tener un impacto negativo en cómo te percibes a ti mismo“, concluyen los científicos.
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