A falta de relaciones humanas profundas y significativas,cada vez más japoneses se identifican como digisexuales.
Desde la ventana todavía se ven unas cuantas estrellas. Akihiko Kondo, un hombre japonés que apenas pasa la treintena, está solo en la cama. Justo a las 7 en punto, una voz de mujer se activa desde su dispositivo Gatebox: ¡buenos días, mi amor!, le dice la figura caricaturizada de una cantante nacional. Desde joven, ése fue su personaje favorito de la farándula —y ahora es su esposa. Entre ellos, llevan la dinámica de una pareja de digisexuales.
Casarse con un holograma

Hatsune Miku es una cyber-celebridad en Japón. Hay pocas personas que no sepan quién es. Es común encontrarla en espectaculares que anuncian su siguiente lanzamiento. Diseñada por la empresa Yamaha Corporation, el personaje es una biblioteca de voz para un software, creado por Crytpon Future Media para entretener a las masas en conciertos reales.
Miku, como se le conoce coloquialmente, tiene redes sociales como cualquier otro influencer. En español, los kanji’s que componen su nombre literalmente se traducen como “la voz del futuro“. A pesar de ser un vocaloid, tiene un fandom extendido por todo Asia. Sin embargo, la mayor parte de sus fans son hombres japoneses jóvenes, a quienes les resulta demasiado complicado establecer relaciones personales con otros seres humanos.
El holograma es un personaje de anime con el pelo, los ojos y el atuendo azul. Para sus presentaciones públicas, Miku ofrece experiencias en 3D en la que la audiencia puede verla cantar y bailar en el escenario. Los boletos para verla en primera fila se elevan a hasta 2 mil 900 pesos mexicanos en Ticketmaster, y realiza giras mundiales que han llegado a diversos países occidentales, como Estados Unidos y México.
Desde 2018, sin embargo, un hombre decidió tener la exclusividad de una relación íntima con el holograma-cantante. En un evento en el que invitó a su familia —y llegaron medios de todo el mundo—, Akihiko Kondo se casó con Miku. Aunque el estado japonés no reconoce legalmente su unión, miles de fans enfurecidos convirtieron el evento una tendencia mundial que reprobaba el casamiento. “Suertudo“, le escribían a Kondo en redes sociales. “No es justo“.
Llevar una vida íntima con un holograma

Aunque el caso del casamiento entre Hatsune Miku y Akihiko Kondo le dio la vuelta al mundo, no es el único. Con respecto a las críticas ácidas sobre qué tan real era su relación íntima con un holograma, el hombre sencillamente contestó lo siguiente a CNN en 2018:
“La sociedad te presiona para que sigas una determinada fórmula de amor, pero puede que no te haga feliz”, se sinceró Kondo. “Quiero que la gente pueda descubrir qué les es funcional”.
Para él, la felicidad en pareja se decanta de una relación digisexual. Esto quiere decir que, desde los 25 años, ha vivido enamorado de un holograma. Así como su esposa es virtual, la mayor parte de sus interacciones son digitales: el programa reconoce su voz y puede contestar preguntas básicas. Incluso su boda fue agendada por medio de Twitter, para el 4 de noviembre de 2018.
No sabe decir mentiras. No puede dar respuestas elaboradas sobre su propia naturaleza. Más aún: si se va la luz, Hatsune Miku no existe, porque el Gatebox desde donde opera se activa eléctricamente. Sin embargo, si está conectada a la corriente, puede controlar los electrodomésticos y realizar compras por su dueño o pareja, según la relación que el consumidor guarde con el software.
Hatsune Miku almacena los datos de cada una de las conversaciones que guarda con la familia con la que interactúa. A pesar de que Kondo celebró una boda con su Gatebox, no es el único que cuenta con el servicio. Así como Alexa de Amazon o Siri de Apple, este dispositivo forma parte de las casas de una cantidad creciente de japoneses, que lo integran a su vida privada.
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Una población creciente de digisexuales

Los robots están más integrados a la vida cotidiana en ciertos países de Asia que en el resto del mundo. Particularmente entre los sectores de la población que, abrumados por los altísimos niveles de exigencia a los que se aspira en Japón, deciden vivir por su cuenta. Así, no se tienen que enfrentar a los problemas que implica establecer relaciones humanas.
Por esta razón, no sorprende que hombres jóvenes con preparación académica decidan conscientemente casarse con hologramas. El caso del Gatebox es el más sonado, porque una población creciente de japoneses se identifican a sí mismos como digisexuales. Sus “compañeras” holograma no se enojan, no los interpelan ni los confrontan, pues están diseñadas a que puedan activar patrones de consumo específicos en el consumidor.
Detrás de la construcción de estas relaciones íntimas virtuales, una industria cada vez más poderosa de realidad aumentada recibe retribuciones económicas gigantescas. Hay robots, incluso, que están programados para ofrecer relaciones sexuales a los consumidores. Justo antes de llegar al orgasmo, sin embargo, aparecen anuncios para “mejorar la experiencia” en la siguiente ocasión.
En un país en donde el distanciamiento social es la norma —y el contacto entre seres humanos está mal visto en sociedad—, este comportamiento deja de ser una locura. La sana distancia en Japón no es cosa del COVID-19. Por el contrario, es una manera de vivir en la que algunas personas no pueden construir conexiones emocionales ni físicas con los demás. Identificarse como digisexual parece un grito ahogado de una búsqueda frustrada por calidez, acompañamiento y empatía.
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