Durante su vida el ‘Dr. Atl’ desempeñó oficios tan dispares como el periodismo, la vulcanología, la pintura y la política, pero para que este intrépido personaje naciera, tuvieron que pasar un par de décadas en la vida de Gerardo Murillo Cornado, quien nació en el barrio de San Juan de Dios, en Guadalajara, Jalisco, el 3 de octubre de 1875. Por Francisco Herrera Coca
Hijo del farmacéutico español Eutiquio Murillo y la señora Rosa Cornado, Gerardo vivió desde pequeño rodeado de hermosos paisajes naturales, en un México donde aún estaban lejos las grandes metrópolis y en que los cielos azules y los cerros verdes eran la norma. Murillo vivió su juventud en un país que apenas se conformaba como nación, cuando la estabilidad y el crecimiento económico habían llegado de la mano del antiguo héroe de guerra y ahora dictador Porfirio Díaz. Había aprendido a pintar en el taller de Felipe Castro, en su natal Guadalajara, para después viajar a Aguascalientes y cursar la preparatoria en el Instituto Científico y Literario del estado, y regresar a su ciudad natal a formarse con el maestro italiano Félix Bernardelli.
En 1896 viajó a la Ciudad de México para inscribirse en la Academia de San Carlos, de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA). Recibió una beca para viajar a París a estudiar pintura, apenas un año después de su arribo a la capital mexicana.

El nacimiento de Atl
Con 22 años, el joven jalisciense partió rumbo a Europa, y es en este periodo donde el mito se funde con la realidad. A lo largo de los años él construyó una serie de anécdotas ficticias que relataba a sus conocidos como si realmente hubieran sucedido.
En París no fue sólo la pintura el objeto de estudio del joven Murillo; asistió a las clases de sociología con Émile Durkheim y a las de teoría del arte impartidas por el filósofo francés Henri Bergson, premio Nobel de Literatura en 1927. En la capital francesa conoció el muralismo renacentista y quedó maravillado. Ahí ganó su primer reconocimiento como pintor, con un autorretrato en pastel, que se llevó la medalla de plata en la exposición anual del Salón de París de 1900.
La anécdota que cambió su vida tuvo lugar durante su viaje a Europa. Mientras su barco cruzaba el Atlántico en dirección al viejo continente, se desató una tempestad que estuvo a punto de hundir a la embarcación y terminar con la vida del joven. En París contó esta anécdota a su amigo el poeta argentino Leopoldo Lugones, quien le sugirió que adquiriera el nombre de Atl – agua en náhuatl– combinado con el título de doctor, grado que ostentaba por sus estudios en filosofía: así nacía el ‘Dr. Atl’.
A su regreso a México, Atl consiguió trabajo en la Academia de San Carlos, en el archivo dedicado a clasificar y restaurar las colecciones que el colegio adquiría.
En esas aulas se gestaba el movimiento muralista mexicano y la figura de Atl fue clave para el surgimiento de esta corriente. “El Agitador”, como lo llamaban en la academia, arremetía en todo momento contra las técnicas de enseñanza tradicionales e instaba a los alumnos a romper con ellas; además los invitaba a poner atención en las expresiones artísticas populares del México de comienzos del siglo XX.
Dos jóvenes pondrían especial atención a los consejos de Atl: José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Si bien el Dr. Atl aseguraba que su trabajo como muralista era de lo más destacado, casi todo se perdió al ser destruidas las construcciones en que estaba albergado. Para conseguir la textura deseada, Atl utilizó cera, petróleo y resina; con ello creaba una pasta dura que le permitía pintar sobre superficies tan distintas como papel, tela o la piedra de las paredes. Bautizó estos gises como “Atl-colors” y los usó a lo largo de su carrera.

Ahí viene la bola
Con el estallido de las revueltas revolucionarias en 1910, partió de nueva cuenta hacia Europa, para establecerse en Francia. En su primer viaje el pintor había conocido de lleno la ideología comunista, que lo llevó en esta segunda incursión a fundar un pequeño periódico llamado L’ action du art. Montó exposiciones en Alemania e Italia y reunió talentos en la Liga Internacional de Escritores y Artistas con el fin de impulsar un espíritu combativo entre los creadores.
Tras el ascenso de Victoriano Huerta al poder, en 1913, Atl decidió que era hora de regresar a México, donde su unió a la causa de Venustiano Carranza. Por encomienda del general, se entrevistó con el morelense Emiliano Zapata para convencerlo de establecer una alianza. Atl y Zapata se reunieron el 28 de julio de 1914 y llegaron a un acuerdo.
Atl volvió a San Carlos como interventor, para luego hacerse cargo por completo de la institución, y por fin, llevar a cabo sus ideas sobre la formación de los artistas plásticos. Estuvo inmerso en la política y ocupó distintos cargos; pero el asesinato de Carranza, en 1920, lo obligó a cambiar de planes.
Adiós a las armas
Después de haber vivido en Europa y ostentar altos cargos en el gobierno mexicano, Atl se encontró sin hogar. El pintor entonces se dio una vuelta por la capilla de la Merced, que había tenido a su cargo en algún momento, y pidió permiso al cuidador –que él mismo había nombrado– para que lo dejara vivir en un pequeño cuarto de la azotea, donde se dedicó a la pintura y a la ilustración de libros.
Fue también en esa década cuando realizó un gran número de retratos de mujeres, y una de ellas fue la modelo Carmen Mondragón, aristócrata e intelectual, quien había crecido en París y gustaba de escandalizar a la conservadora sociedad mexicana de aquellos años. Atl la bautizó como Nahui Olin. Fueron cinco años de romance, tras los cuales Atl se alejó de las ciudades y se dedicó a su otro gran amor: los volcanes.
La región más transparente
Cuentan quienes lo conocieron que Atl quería “absorber” los volcanes, pues no le bastaba contemplarlos desde la lejanía. Se instalaba largo tiempo en ellos y pedía que le llevaran en burro víveres para no tener que alejarse de su tarea.
El 20 de febrero de 1943 nacía el volcán Paricutín. Vulcanólogo autodidacta, Atl empacó sus pertenencias y se mudó a Michoacán para admirar el impresionante espectáculo natural. Ahí documentó el nacimiento del volcán en una serie de dibujos y apuntes que en 1950 expondría en Bellas Artes y formarían parte del libro Cómo nace y crece un volcán: el Paricutín, publicado en 1959.
Un accidente en su pierna derecha, sumado a un problema vascular, obligó a la amputación de su extremidad. Incapacitado, pagó viajes a bordo de avionetas y desde las alturas bosquejaba los paisajes, una mirada totalmente distinta a la que obtenía desde el suelo. Pintó varios paisajes desde las alturas, técnica que bautizó como el “aeropaisaje”.
Pero tanto tiempo de aspirar vapores tóxicos y ceniza provenientes del volcán Paricutín, le provocaron la muerte el 15 de agosto de 1964. Fue sepultado en la Rotonda de los Hombres Ilustres del Panteón Dolores de la Ciudad de México.

Artículo escrito en Revista Muy Interesante México, Ed. 10, 2015.