Son pocas las imágenes que conocemos sobre la figura de José Guadalupe Posada. La más conocida es el grabado realizado por Leopoldo Méndez; en él Posada aparece en su imprenta, en medio de una pausa en su trabajo. Detrás suyo están los periodistas Ricardo Flores Magón y Lázaro Gutiérrez de Lara. Por la ventana se observa a soldados golpeando a campesinos, una postal típica de la época previa a la Revolución Mexicana, tumultuoso periodo que Posada retrató a la perfección. Por Francisco Coca Herrera

De Aguascalientes a León
Aunque la mayor parte de su producción gráfica data de la primera década del siglo XX, José Guadalupe Posada mostró sus dotes de artista desde pequeño, en su natal Aguascalientes. Nacido en el barrio de San Marcos, cuarto de seis hermanos, el joven no quiso seguir los pasos de su padre, de oficio panadero, y se inclinó por el dibujo pese a la oposición familiar.
Su hermano mayor, José Cirilo, profesor de primaria, le enseñó a leer y a escribir. Pero José Guadalupe prefería llenar sus libretas de dibujos.
Al ver la calidad de los trazos, José Cirilo lo impulsó a inscribirse en la Academia Municipal de Artes y Oficios, donde recibió sus primeras lecciones de dibujo. A los 16 años Posada había decidido dedicar su vida a la ilustración y entró como aprendiz a un taller de litografía propiedad de Trinidad Pedroza, quien sería su maestro y principal colaborador durante casi dos décadas.
Posada tenía un mordaz sentido del humor. A los 19 años publicó sus primeras caricaturas, en el semanario de corte progresista El Jicote.
En esos cartones el joven se burlaba de las injusticias cometidas por los caciques locales; en especial del gobernador Jesús Gómez Portugal, quien no tomó de buena forma las sátiras. Temerosos de las represalias del gobernante, Posada y Pedroza abandonaron Aguascalientes y se mudaron a la ciudad de León, Guanajuato, donde montaron un nuevo taller.
Ya instalados en León, el dúo se dedicó a la litografía comercial. Posada ilustraba distintos productos, tales como cajas de cerillos o estampas religiosas, labor que alternaba con su puesto como maestro en la Escuela de Instrucción Secundaria de la ciudad. Fue en esa capital donde conoció a su futura esposa, María de Jesús Vela, con quien tuvo a su único hijo, Juan Sabino.
Durante su estancia en León, Posada se alejó de la sátira política y se enfocó en un retrato más costumbrista. Las cosas marchaban bien hasta que, en 1888, una tromba de agua llegó a la ciudad y provocó una inundación que causó la destrucción de más de 2,000 casas. Entre estos inmuebles estaba el taller de Posada y Pedroza, quienes tras la pérdida decidieron emigrar a la Ciudad de México.

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La catrina de Guadalupe Posada
En los últimos años del siglo XIX la capital mexicana era un polvorín. Había una gran desigualdad y cada día crecía el descontento del pueblo contra el gobierno de Porfirio Díaz, quien para entonces llevaba casi dos décadas al frente del gobierno mexicano. Posada era ya un artista reconocido en el medio editorial, por lo que a su llegada a la ciudad no le faltaron las ofertas de trabajo.
El artista aceptó la invitación del escritor Irineo Paz, abuelo del poeta ganador del Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz.
Irineo imprimía revistas de gran circulación como El padre Cobos o Los calendarios de doña Caralampia Mondongo, entre otras, además de los semanarios El Ahuizote, La Patria Ilustrada, Revista de México y Nuevo Siglo. Fue en ese momento que inició el periodo más fructífero en la carrera de Posada.
Las publicaciones llegaban a todas las clases sociales y sus dibujos ilustraban las noticias más importantes, en una época en que la prensa incluía muy pocas fotografías.
José Guadalupe Posada era tan productivo que abrió otro par de talleres. Estaba totalmente dedicado al trabajo y gozaba de una buena situación económica, lo que le permitió experimentar con nuevas técnicas, como el grabado en zinc y en plomo.
Cumplidos los 40 años, fue contratado para dirigir el prestigiado taller de Antonio Vanegas Arroyo. De este periodo se conserva casi la totalidad de su trabajo.
Comenzó a publicar en la popular Gaceta Callejera y en hojas sueltas, llamadas Corridos gráficos, que tenían gran cantidad de seguidores. La editorial se enfocaba en producir libros para un público que en su mayoría no sabía leer, por lo que las ilustraciones de Posada eran para muchos la única forma de entender la situación del México de esos días, cuando las revueltas sociales y los escándalos políticos estaban a la orden del día.
Sus cartones también servían para burlarse de los gobernantes, de la Iglesia y de las distintas clases y estereotipos de la sociedad mexicana. Sin embargo, Posada no siempre era crítico, mostraba cierta simpatía por algunos aspectos del Porfiriato, aunque también admiraba a Benito Juárez.
Retrató gran parte de la identidad de esos años apoyándose en una antigua tradición mexicana, la del Día de Muertos, con sus célebres calaveras que representaban a obreros, toreros, políticos, descendientes de españoles, mestizos o indígenas deseosos de parecerse a las clases altas, como su célebre grabado de la ‘Calavera garbancera’ también conocida como La Catrina.

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Un domingo en la Alameda
Aunque con el tiempo se ha hablado mucho sobre José Guadalupe Posada como un hombre progresista, algunos académicos estudiosos de su vida y obra lo definen más bien como un artesano preocupado por su trabajo, un hombre que ni siquiera se consideraba a sí mismo un artista.
Al parecer el mito, iniciado en parte por Diego Rivera, le ha ganado a la realidad. El muralista consideraba a Posada el mejor exponente del “arte popular” mexicano; lo comparaba con artistas de la talla del español Francisco de Goya y del francés Jacques Callot.
“Mano de obrero, armada de un buril de acero, hirió el metal ayudado por el ácido corrosivo para arrojar los apóstrofes más agudos contra los explotadores (…) Precursor de Flores Magón, Zapata y Santanón, guerrillero de hojas volantes y heroicos periódicos de oposición.”
Texto publicado en la edición 01, 2015 | Revista Muy Interesante México
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Video vía Filmoteca UNAM
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