Voluntariamente, las personas prefieren aislarse que tener contacto con otras personas. Tras la pandemia de COVID-19, el mundo vive más soledad.
Ya casi se cumplen dos años de que inició la crisis sanitaria. Después de ese tiempo, los encierros obligatorios para contener la propagación del virus han dejado estragos. El primer impacto se dio durante el segundo trimestre de 2020 cuando, sin mucha información y un nivel de angustia elevado, el mundo decidió confinarse por varios meses. En ese momento, la pandemia trajo consigo oleadas de soledad, pérdida y dolor, difícilmente sobrellevables para la gente.
24 meses más tarde, la crisis sanitaria se ha convertido también en una de salud mental. Por miedo al virus —o franca costumbre de estar en casa—, la pandemia por COVID-19 trajo consigo una epidemia de soledad sobre la Tierra. Si bien los aislamientos comenzaron como una imposición estatal, hoy la gente prefiere quedarse encerrada por voluntad propia. Éstas son las consecuencias.
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Aislamientos voluntarios y falta de contacto humano

En Japón, este fenómeno no es nuevo. Por el contrario, el ‘hikikomori‘ —como se conoce en la tierra del sol naciente— es un problema social ampliamente extendido, que ha generado preocupación entre las autoridades del país. De manera voluntaria, las personas se encierran a sí mismas en departamentos minúsculos, porque prefieren la soledad a convivir con otras personas.
En gran medida, el hikikomori se debe a la gran presión que sobrellevan los jóvenes japoneses por alcanzar metas elevadas. A nivel académico y profesional, fallar en las pruebas que exigen las instituciones es motivo de vergüenza y deshonor en todo el país.
Sin embargo, este rasgo cultural afecta a las personas cada vez más masivamente, a nivel psicológico, mental y social. Así lo explica Carol W. Berman, psiquiatra de New York University’s Grossman School of Medicine:
“Hikikomori es una enfermedad mental crónica que se deriva del miedo a los demás, mientras que el síndrome de las cavernas es una incapacidad temporal para reajustar los hábitos sociales básicos, como no ver amigos o comer en restaurantes”, escribe la experta para Scientific American.
De acuerdo con Berman, el 1.2 % de la población en Japón vive en estas condiciones de aislamiento voluntario. A falta de contacto humano, las personas pierden ciertas habilidades sociales, que se atrofian por la comodidad de interactuar por medio de plataformas en línea y redes sociales.
Aunque el problema empezó en Asia, se ha extendido con la pandemia por COVID-19 al resto del mundo, que prefiere la soledad a un posible contagio, a otra muerte, a otra razón para vivir un luto innecesario. Esto ha provocado, también, el terror al coronavirus.
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En la soledad del hogar (más allá de la pandemia)

De acuerdo con un estudio que documentó Berman para la Universidad de Buffalo, incluso antes de la pandemia ya existían indicios de soledad excesiva entre los jóvenes estadounidenses. A principios de 2019, los estudiantes universitarios reportaron un 2.7 % de aislamiento voluntario —incluso sin tener idea de que una crisis sanitaria les esperaba a la vuelta de la esquina.
Por esta razón, explica la psiquiatra, no es de extrañarse que las personas prefieran vivir en soledad de sus hogares a salir, después de dos años de pandemia. Incluso si interactúan con sus familiares o seres queridos, desde 2020 se ha apreciado una tendencia creciente en las plataformas de servicios de delivery, como lo son Uber Eats, Rappi y Amazon.
Sólo en la ciudad de México, el 25 % de los restaurantes físicos tuvieron que cerrar sus puertas de manera definitiva en 2020, reportó Forbes en julio. Esto provocó que cerca de 400 mil personas perdieran sus empleos, en favor de un crecimiento inusitado para las plataformas de entrega en línea.
Además de ser un indicador de desempleo masivo, las cifras revelan una conducta social tendiente a la soledad durante la pandemia. Durante los meses más severos de encierro obligatorio, los establecimientos sólo tenían permitido un aforo de entre 30 y 40 %, lo que explicaría a nivel estatal porqué la gente no quería salir. Hoy, con las medidas sanitarias más laxas, el fenómeno persiste en México —y parece que se extiende en todo el continente americano.
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En contra de la soledad auto-impuesta

En 2019, Berman y su equipo en la Universidad de Buffalo se refirieron a este fenómeno como ‘distanciamiento social severo‘. Después de la pandemia, la soledad auto-impuesta tiene un tamiz diferente. Más aún con la aparición de variantes quizá no tan letales, pero más contagiosas del virus.
Esta incertidumbre también impacta a la salud mental de las personas. Para quienes los encierros han sido más rigurosos, o viven con terror de contagiarse y morir, volver a la sociedad es una cuestión de vida o muerte —al menos, a nivel psicológico:
“Si bien muchos de nosotros esperamos regresar a la sociedad cuando sintamos que es seguro hacerlo, algunos de nosotros no lo hacemos y no lo haremos“, enfatiza la psiquiatra.
Esto no quiere decir, sin embargo, que el encierro auto-impuesto sea definitivo. Por el contrario, ser conscientes de estas limitaciones sociales nos da herramientas para sobrellevarlas y sobrepasarlas. Aunque el trabajo interno es cansado, duro y difícil de enfrentar, es necesario. Han sido ya demasiados meses de dolor y angustia. Más vale empezar a aliviar esos sentimientos —paso a paso, con paciencia y con miras a volver a salir en paz.
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