Las Pozas Azules de las Bahamas, peligrosas y de zafiro, poseen información científica valiosa que revelaría misterios de microorganismos en otros planetas

Fotografía de Wes C. Skiles
El veterano espeleobuceador Brian Kakuk extrae de los sedimentos de Sawmill Sink un cráneo de cocodrilo cubano (especie que ya no vive en las Bahamas) de más de 3.000 años de antigüedad. El ambiente de las pozas azules, casi sin oxígeno, conserva los huesos intactos.

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A través del halo de luz de las linternas de buceo, Kenny Broad asciende por un pozo profundo en la cueva de Dan, en Abaco. Ésta es una de las pozas azules terrestres más espectaculares del mundo, gracias a sus abundantes formaciones minerales, desde columnas y cortinas hasta macarrones (depósitos finos y cilíndricos que parecen cañitas de refresco) que pueden romperse con solo tocarlos.

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En Garbage Hole, en la isla Gran Bahama, Kenny Broad pasa por un tramo angosto y deja tras de sí un hilo guía para volver sano y salvo a la superficie. Aunque las corrientes de marea arrastran desperdicios hasta las zonas más profundas de esta cueva submarina, sus paredes rebosan vida, incluidos brillantes briozoos rojos, suaves esponjas grises y tupidos hidroideos urticantes. Para muchos espeleobuceadores, entrar en un pasadizo inexplorado, como hace Broad, es

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En Garbage Hole, en la isla Gran Bahama, se acumulan neumáticos y otros desperdicios. "Estás nadando al mismo tiempo en el agua que bebe la gente y entre montones de basura –dice Kenny Broad–. Resulta obvio por qué debemos proteger estos lugares."

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En las oscuras pozas azules, animales como este Agostocaris de 2,5 centímetros de largo no necesitan pigmentación superficial. Sólo una parte del sistema digestivo de este camarón tiene color.

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Broad y Kakuk emergen a la superficie al anochecer tras múltiples inmersiones en Sawmill Sink, donde tomaron muestras de bacterias y fósiles. "Allí abajo hay un mundo extraño que no deja de superar nuestros sueños", reconoce Broad.

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Los remipedios son "fósiles vivientes" que apenas han cambiado en 300 millones de años. Matan a sus presas, por lo general camarones y otros crustáceos, inyectándoles veneno con las maxilas.

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Kenny Broad trata de subir a la superficie de una poza azul de Abaco con una estalagmita bajo el brazo, mientras la corriente empuja hacia abajo las burbujas de aire que exhala. Los buzos llevan más aire del habitual cuando tienen que luchar contra la corriente.

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Siguiendo el hilo guía del que depende su vida, una submarinista nada con suma cautela por un bosque de estalagmitas en la cueva de Dan, en la isla Abaco. Un solo movimiento en falso puede destruir las formaciones minerales de decenas de miles de años de antigüedad.

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Brian Kakuk utiliza un gotero para recoger el polvo rojo que el viento transportó desde el Sahara en épocas lejanas.

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Un buzo recorre la ornamentada cámara de las Cascadas, en la cueva de Dan. Sus aletas se ven borrosas debido a la haloclina (la delgada capa donde se juntan dos masas de aguas con distinta densidad).

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La cámara de las Cascadas, a unos 25 metros de profundidad, permite a los submarinistas adentrarse en la cueva de Dan, en la isla Abaco. En los últimos 15 años se han explorado 11 kilómetros de esta cueva. Panorámica compuesta por tres imágenes.

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El submarinista William Trubidge descansa en una cornisa a casi 25 metros de profundidad mientras contempla la profunda entrada de la poza azul de Dean, en la isla Long. Trubidge ostenta el récord mundial de apnea con peso constante sin aletas: una inmersión de 95 metros realizada en 3 minutos y 56 segundos en esta cueva de las Bahamas.

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Las bacterias tiñen el agua a una profundidad de entre 9 y 11 metros en la cueva Sawmill Sink, en Abaco. En esta capa de agua y en otra incolora situada más abajo hay sulfuro de hidrógeno, un gas venenoso. Los buzos atraviesan ese estrato lo más deprisa posible.

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El espeleólogo subacuático Brian Kakuk posee un arsenal de extraños instrumentos que le sirven para recoger muestras. Con la bolsa hinchable amarilla transporta una estalagmita hasta la superficie para poder estudiarla con calma en busca de indicios de cambios climáticos bruscos ocurridos en el pasado.

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El arqueólogo Michael Pateman levanta el cráneo de un indio lucayo de varios siglos de antigüedad en un yacimiento marcado con una cuadrícula, a 35 metros de profundidad en la poza azul del Santuario, en la isla Andros.

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"Antes de que te des cuenta, te ha atrapado", dice el fotógrafo Wes Skiles, refiriéndose al remolino "tremendamente peligroso" que se forma sobre la poza azul de la Chimenea, junto a la isla Gran Bahama. Como el desagüe de una bañera gigantesca, la poza succiona millones de litros de agua cuando sube la marea. "Es como una cascada; no hay escapatoria." Manteniendo la distancia, un buzo instala instrumentos para medir la velocidad de

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En una inmersión en Sawmill Sink, el antropólogo Kenny Broad, jefe de la expedición, desciende a través de la capa bacteriana.

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Kenny Broad se sumerge en la capa tóxica de sulfuro de hidrógeno en la cueva Sawmill Sink, en la isla Abaco. A través del estudio de las bacterias que prosperan en las aguas sin oxígeno, los científicos esperan, entre otras cosas, descubrir cómo las formas simples de vida pueden dar lugar a otras más complejas.

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En medio de un bosque de estalactitas en la cueva de Ralph, en la isla Abaco, Brian Kakuk alumbra con su linterna una estalagmita translúcida. Durante los períodos en que el nivel del mar fue más bajo y las cuevas se secaron, se formaron estalagmitas y estalactitas, que en ocasiones se unieron y formaron columnas.

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En Stargate, una poza azul de la isla Andros, los buzos iluminan el pasadizo Norte.

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Imagen de la entrada de la cueva de Ben, en el Parque Nacional Lucayo de la isla Gran Bahama, vista por un buzo situado justo debajo de la superficie. Creado en 1970, el parque protege uno de los sistemas de cuevas subacuáticas terrestres más extensos del planeta.

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Situada en una resguardada ensenada de la isla Long, la poza azul de Dean, la dolina subacuática más profunda del mundo, se sumerge más de 180 metros en la oscuridad.